Al Vuelo/ Por Pegaso

Opinión

Ósculo

“El destino de los hombres de poder es seguir siendo una guía y una inspiración para sus seguidores”.

¡Qué poderosa frase! Digna de ser escrita en letras de oro en los más altos estrados de la República.

Con ella cerraré mi colaboración de hoy, pero antes, una pertinente aclaración:

No se llama beso en la mano, sino ósculo, lo que le estampó al Pejidente la Alcaldesa de Tecámac, Mariela Gutiérrez, en un evento público realizado el viernes pasado durante una gira por el Estado de México. Se llama ósculo.

Un beso puede ser simplemente de cariño en la mejilla o de encendido amor en la boca.

Pero un ósculo es cuando se besa con reverencia o respeto, ya sea en una mano o en la frente (los masones acostumbramos enviar un ósculo de paz a nuestros hermanos de otros orientes).

Lo digo porque en días pasados fue tema de discusión el ósculo que la Alcaldesa de Tecámac, Mariela Gutiérrez, dio al Pejidente, luego del abrazo y levantamiento de manos enlazadas.

No faltaron los comentarios en las redes sociales. Algunos lo calificaron como un acto de sumisión, otros le dijeron barbera, lambiscona o arrastrada.

Para mí, que ya me he acostumbrado a lo inimaginable, eso no pasa de ser otro gesto de entrega absoluta hacia el líder carismático.

He visto en primera persona cómo la gente se arrima al Cabecita de Algodón pero no solo para tomarse la selfie, sino para apapacharlo y darle su arrimón. En los actos multitudinarios donde acostumbra y gusta de ir, hay manos intentando alcanzar su blanco pelo para tocarlo y así obtener una pizca de su áureo esplendor.

Y el resto se conforma con verlo pasar de lejecitos, porque no todos pueden llegar hasta su mesiánica presencia.

Darle un beso en la mano, digo, un ósculo, ya ni debería ser tema de debate nacional.

Aquí, sin irnos tan lejos, un diputado trans de MORENA que participaba en una reyerta con sus pares del PAN, se plantó en la tribuna y dijo estentóreamente: “¡Soy la perra del Presidente!”

Faltando un año para que ALMO deje Palacio Nacional, se ve venir lo que habrá de venir: Caravanas de gente yendo a Macuspana para adorar a este patricio de la libertad y paladín de la justicia.

Quienes reciben su pensioncita juntarán la lana necesaria para comprar el boleto de autobús e irán a rendirle pleitesía a su gran benefactor.

No sería tan descabellado pensar que en su rancho “La Chingada”, pondrá una especie de receptáculo o salón, adornado profusamente con símbolos como el bastón de mando, estampitas de San Judas Tadeo, una imagen de la virgencita de Guadalupe, varios bustos de héroes nacionales, como Juárez, Morelos, Madero y Cárdenas, rodeando a uno suyo de mayor tamaño.

Será una especie de gurú o santón, un nuevo Jesús Malverde adorado por todas, todos y todes.

Cada día, desde la Presidencia de la República, recibirá un llamado para escuchar sus sapientísimos consejos, orientar al pueblo y decirles a los funcionarios del Gobierno Federal qué tienen que hacer y cómo deben responder a los ataques de los fifís, neoliberales y periodistas chayoteros que seguirán chingando la madre.

Recuerdo que antes de que iniciara el sexenio de Carlos Salinas de Gortari, allá, en el lejano 1988, Joaquín Hernández Galicia, “La Quina” era el hombre más poderoso de México.

Adorado, pero también temido, mandaba con mano de hierro en el sindicato petrolero. Quitaba y ponía gobernadores y tenía gran influencia con los presidentes.

Gracias a que era generoso con los trabajadores, éstos lo adoraban y lo trataban como una especie de ser iluminado. Y el viejo mamón se lo creía.

Pero llegó Salinas De Gortari y lo mandó a mascar barrote.

Luego de pasarse varios años encerradito, salió y se recluyó en su modesta casa de Ciudad Madero, donde recibía todos los días a la gente que se vio beneficiada por él en sus años de gloria.

Más o menos es lo que pasará con ALMO.

El destino de los hombres de poder es seguir siendo una guía y una inspiración para sus seguidores.

Lo mismo pasó con Plutarco Elías Calles, a quien se le llamaba “El Jefe Máximo”…

Pero dejémonos de historia y vayámonos con el refrán estilo Pegaso: “En el momento en que percibas las excrecencias capilares del mentón de tu contiguo eliminar, procede a colocar las propias a humedecer”. (Cuando veas las barbas de tu vecino rasurar, pon las tuyas a remojar).