TEXTOS/Por Isael Castillo

Opinión

FANTARIA

Una madrugada soñé que me encontraba caminando en lo alto de una montaña, era un terreno plano con rocas esparcidas y en la cual había gigantes en estado bruto y que exploraban con su vista y manos las formaciones rocosas, también había oníricos Dioses del Olimpo que veían el actuar de los gigantes, más bien, los Dioses veían como desarrollaban el intelecto los gigantes. En el sueño, los Dioses se sentaron para descansar al ver que los gigantes dejaron de pensar.
Ya me había percatado que en los sueños el tiempo no existe y el espacio se aprecia en una sola mirada de 360 grados. Un sueño es el instante mismo de la eternidad, instante eterno que aunque parece contradictorio es real porque se experimenta. Un sueño es la experiencia más cercana a la eternidad en la cual no existe el pasado o como escribiera San Agustín en sus Confesiones, la eternidad es un eterno presente sin pasado ni futuro.
A causa de este sueño me vino, de pronto, un recuerdo, un libro de un escritor reynosense, Homero McDonald, hermano de quien fuera regidora Martha Josefina McDonald. Homero McDonald fue productor y director de cintas como «Me late chocolate» y «Mariachi gringo», sus películas se han presentado en plataformas como Netflix y Amazon, también vistas en las empresas del séptimo arte como Cinépolis y Cinemex, entre otras.
Resulta que un día antes de que el Festival Internacional Tamaulipas (FIT) diera inicio, en el Teatro Experimental del Parque Cultural Reynosa, corría el tercer cuatrimestre del 2012, fui porque me llamó la atención ir a escuchar a Homero McDonald, quien en aquella ocasión estuvo con el actor Rogelio Guerra, en la presentación de su obra literaria “Fantaria” y cual no fue la sorpresa, que el texto de McDonald entraba en las profundidades de ese sueño, de esa imaginación que más allá de un sueño nos dio una realidad de conciencia, un libro que es un reloj despertador de lo que se puede ser… que una joroba no es un obstáculo cuando la voluntad hace su aparición y el hombre se endereza, cuando el ser despierta y deja de ser caricatura para convertirse en hombre y su voluntad se transforma en rueda de su vida.
Fantaria, libro de lectura rápida, nos regala a un Pandai Rendez que vive en un país no globalizado sino un país-penal del año 2075 en donde la educación y los medios de comunicación son quienes ayudan a moldear las generaciones de hombres y mujeres y el libre pensar se vuelve un pecado es decir, limita los poderes esenciales del hombre y lo reduce a ser solo un número (y me recuerda a 1984 de George Orwell, que abordaremos más adelante) casi con código de barras en una ciudad en la cual todo cuanto existe es una fantasía, una mascara que distrae a las personas de sus objetivos morales.
Nada más lejos de una realidad en la cual la globalización, la tecnología de internet y redes sociales nos tiene casi al conocimiento de cualquier cosa, así “cualquier cosa” aunque la palabra cosa sea muy vaga y simultáneamente lo diga todo. El mundo es una gran cárcel donde en las naciones y poblaciones se detonan o viralizan modas, música, palabras y todos aquellos distractores, cortinas de humo e inyecciones de miedo o dudas que limitan al hombre de sí mismo.
El Miedo no es en sí una amenaza, pero si es restrictivo, controla y destruye a quien se lo permita. El Miedo, dicen, es hijo del Odio como la Felicidad es hija del Amor y, en ambos casos, ambos se persiguen y cuando se alcanzan crecen hasta convertirse en el «coco» o en dulce deseo.
Desde esta perspectiva es que vimos a “Fantaria”, libro que Homero McDonald, nos trajo no solo para la diversión en un cuento de ficción, sino un texto que se mueve en el mundo de la imaginación, vehículo donde viaja el alma.
Padia Rendez es el héroe que saca de las personas lo mejor de si, que hace a un lado el miedo y se atreve a romper lo que todo mundo cree es lo normal, no se deja engañar y aconsejado por su padre, sale de la manipulada ciudad con cúpula de cristal, una ciudad que los años y el sistema han hecho creer a sus habitantes que más allá de la cúpula de cristal hay un mundo horripilante y seres malos; una ciudad con cúpula de cristal en la cual la naturaleza era ficticia, creada por la tecnología en la cual un árbol solo podía ser visto, pero no se le podía tocar ni oler.
Cuando Pandai Rendez huye de ciudad Comunsaría, después que su padre fuera declarado traidor y culpable por conspiración por pensar más allá de lo permitido. Tiempo atrás, el padre de Pandai le hizo entrega de un documento que le hizo ver la realidad y que le impulsó a escapar de la ciudad, más allá de los límites del fronterizo cristal.
Pandai Rendez tiene una amiga y un amigo, y también un grupito de compañeros que le hacen la vida de cuadritos debido a su defecto físico, su joroba. Pandai Rendez, con la desdicha de saber que su padre es encarcelado, de huir antes que ser puesto en orfanatorio y ser fácilmente identificado por su joroba, tuvo lo que ningún otro menor de su edad, el valor, el arrojo y el ansia de saber más sobre la supuesta maldita tierra con seres horripilantes que está al otro lado del cristal.
Allí, y al igual que las huestes prisioneras de Colón que creyeron iban a la muerte segura cuando –accidentalmente- llegan s América, Pandai Rendez se encuentra con árboles y flores de verdad que se tocan y que son agradables a la vista y olfato, conoce a increíbles seres de la zoología que hablan y que en realidad se manifiestan en el campo de la imaginación, como lo podemos leer por ejemplo en los cuentos de los hermanos Grimm. Es este nuevo mundo el que le abre los ojos a Pandai.
Si bien sucede toda una serie de acciones en la lucha entre Eros y Anteros, Pandai Rendez logra la victoria y Homero McDonald logra en este libro darnos un mundo de ficción, del modus vivendi, arquitectura, tecnología, leyes, un mundo real pues.
Homero McDonald hace un llamado de atención para el despertar de la conciencia, rompiendo las limitantes que nos convierten en caricatura del hombre, un llamado para convocarnos a nosotros mismos a romper los miedos de aquellas costumbres o hábitos a los que nos tienen impuestos y no cuestionamos. Esta semana platicaba precisamente de un tema afín a esta columna, la ventaja de romper y crear paradigmas.