Por Oscar Díaz Salazar
Doña Elvira vendía tamales por docenas y para servir en fiestas y banquetes. En la mesa de la casa de asistencia donde viví de estudiante en Monterrey, además de servir los alimentos a los inquilinos, se preparaban los tamales de pollo, puerco, frijoles y queso con jalapeño, que con mucho esmero cocinaban las tres doñitas de la casa. Los viernes, fatigada del trabajo de toda la semana, Doña Elvira se disculpaba por no hacer cena, y servir tamales… Aunque se han popularizado los tamales con queso, no he probado ninguno tan sabroso como esos de la casa de Washington 1923 poniente.
No por ser malinchista, simplemente por reconocer las cosas, debo decir que los gringos, o los tex mex, o los pochos o los nueve cinco seis, mejoraron la mexicanisima receta de tamales norteños (en hoja de maíz) en la muy exitosa cadena de restaurantes – tamalerias denominado Delias, que por cierto se vieron recientemente involucrados en escándalos, al ser acusados de maltratar a los empleados y no pagarles las horas extras.
Aunque nunca lo escuché personalmente, cuentan que el ex alcalde Rigo Garza tenía una expresión para reprender al que cometía un error o decía alguna tontería. «Denle una lata de tamales de venao, pa que se le quite lo sonso»…
En un medio de comunicación nacional, que de momento no recuerdo cuál fue, leí que él Meme Garza González solía agasajar políticos encumbrados con las delicias de la gastronomía del noreste. Tras una larga espera, convocaba a sus invitados a pasar a la mesa, disculpándose por la tardanza con el comentario de que eran viandas que acaban de llegar de Tamaulipas… Venado y tamales de venado eran parte del menú.
Gelasio era, como la Adelita, popular entre la tropa magisterial, porque vendía unos tamales «veracruzanos» muy sabrosos, frente a la sede del Crede (Centro Regional de Desarrollo Educativo). Tamales, tacos al vapor y chiles jalapeños rellenos, era el menú del personaje que vio declinar su negocio con el cambio de sede del CREDE, de la colonia Ribereña a la Anzalduas, y con el cambio de cocinera.
Por tres o cuatro años, en los diciembres posteriores al trienio donde ambos trabajamos en el Ayuntamiento de mi pueblo, Juanito González (QEPD), me obsequió tres o cuatro docenas de tamales de venado. Además del buen sabor, de saberlo un platillo exótico de la región, apreciaba esos tamales porque alimentaban el afecto que no por breve dejo de ser real, sincero y muy grande.
Con la inauguración de la autopista de cuota Reynosa – Monterrey, se perdió la tradición de los que viajábamos a la Sultana del Norte, de llegar al pueblo de Villa de Juarez para almorzar, comer, merendar o cenar tamales. La modernidad carretera finiquitó el dilema de escoger entre los tacos de carne asada de China o de Bravo o los tamales de Villa de Juarez. En ese pueblo, que ya forma parte de la zona metropolitana de Monterrey, me comí los mejores tamales borrachos que he probado.
Con los años y con los achaques, mi Madre le ha perdido el gusto a muchos de los alimentos que hasta hace pocos años disfrutaba. De los pocos platillos que hoy come, están los tamales de Doña Sofía, y no crea usted que por insípidos, simples o por ser especiales para estómagos delicados. Doña Sofi es también la proveedora de tamales de mi casa, en donde mis «peloncitos» le entran con singular alegría a los de pollo y puerco (el orgullo de mi nepotismo) y los de frijoles (mi luciérnaga). La receta de Doña Elvira, observada y degustada en el Monterrey de los ochentas, la ha replicado con éxito nuestra chef de cabecera de tamales.