AL VUELO/ Por Pegaso

Opinión

Pantalones

No sé por qué sospecho que la que lleva los pantalones en casa es mi Pegasita. 

Lo único que me consuela es que yo siempre digo la última palabra. Ella me dice: “Haz esto” y yo le contesto: “Sí, mi amor”. 

Como ya se han de haber imaginado mis dos o tres lectores, hoy hablaré de los pantalones. Como prenda y como elemento sicológico. 

En las civilizaciones antiguas, como la sumeria, la egipcia, la romana, e incluso entre los pueblos precolombinos, los hombres no usaban pantalón. Las túnicas y los mantos eran usados por los varones de las clases altas y los plebeyos usaban taparrabos, o algo así. 

Los romanos utilizaban una especie de minifalda, ya sea con sus uniformes de guerra o en la vida diaria. 

Fueron los celtas los que primero usaron una especie de calzón largo elaborado a base de pieles de animales cosidos con fibras naturales o tendones. 

Durante varios siglos el pantalón fue una prenda exclusivamente masculina. En las cortes europeas de la Edad Media y parte del Renacimiento, los reyes y príncipes usaban calzas, que eran una especie de mallones blancos sobre los cuales se cernían unos calzones medio chistosos, que acompañaban con camisas, capas y sombrero, con un cuello blanco doblado. 

Las damas usaban vestidos muy anchos de la parte de abajo, que exageraban su derriére, con la cintura ceñida hasta que casi no podían respirar. 

Algo cambió, sin embargo, después de la Revolución Francesa. Algunas féminas empezaron a vestirse con ropa de hombre por temor a no ser aceptadas en algunos ámbitos, como el de la literatura o la música. 

Bien entrado el Siglo XX, la emancipación de la mujer popularizó los pantalones, que en ellas se ven fabulosos. 

La mezclilla les hizo a ellas un gran favor y a los caballeros, mucho más, porque les alegran la pupila. 

Hoy por hoy, las mujeres casi no usan falda o vestido. Si vemos a una señora de edad avanzada con un vestido al día, es mucho, porque hasta ellas se sienten más cómodas con una prenda entallada que con un pedazo de tela que puede volar al impulso de cualquier vientecillo travieso. 

Todo lo anterior viene a colación porque hace unos días vi en Internet cómo se está imponiendo en las pasarelas de Milán, Tokio, París y Madrid, una nueva moda para caballeros. 

Los modelos desfilan usando coquetonas falditas hasta medio muslo, con unos zapatotes de tacón estilizado y varoniles blusas. 

Se ven medio jotones, pero según el artículo que vi, es la tendencia de la moda. 

A como vamos, no dudo ni tantito que dentro de algunos años se haya logrado cambiar por completo el rol, y sea ahora la mujer la que lleva los pantalones en todo. 

A partir de ahora tendremos los hombres machos que aprender a sentarnos con las piernas peludas cruzadas para que no se nos vean los calzones, y a evitar los días tempestuosos cuando salgamos de compras. 

Los metrosexuales, como se llaman ahora los que adoptan el culto a su cuerpo, el cual cuidan con gran esmero, pronto invadirán las calles y sitios públicos. 

Nada más no nos vayamos a confundir cuando veamos de espaldas a una despampanante rubia luciendo llamativa minifalda. Correremos el riesgo de que, al voltear, sea un sujeto barbón, bigotón y de voz gutural. 

Con esta reflexión termino mi colaboración de hoy. 

Nos vamos con el refrán estilo Pegaso que dice: “El varón presenta su propuesta, mas la fémina determina”. (El hombre propone y la mujer dispone). 

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