Ciudad de México.– “Soy sobreviviente de Covid. Usa mascarilla. Mantén tu distancia”. Es el lema de Gerardo Lazcano Campos “de aquí para toda la vida”, dice con voz apenas audible, después de 41 días hospitalizado, de los cuales estuvo intubado 17. Quiere hablar, contar su experiencia, “que la gente sepa que es mejor portar un cubrebocas y no una mascarilla de oxígeno; es mejor que estar en el hospital sin tu familia, solo y sentir que te mueres por la falta de aire”.
“Mi más grande error fue automedicarme y no ir al hospital a tiempo”, dice este dentista de 53 años. “Era comer o respirar, hablar o respirar. Sientes que te mueres en vida”.
En el hospital “vi salir gente muerta, se mueren de la nada. Los oía toser y al rato nada”. Eran chavos de 28, 35, 40 años. También vio a otros que regresaban a sus casas “y yo decía así me quiero ir”.
Es lo que quiere platicar, pero se detiene porque le falta fuerza, casi no se escucha lo que dice. Pero él parece no percatarse y sigue moviendo la boca hasta que su hermana Ana Patricia le pide que descanse un momento.
Desde el 8 de marzo Gerardo está de regreso en su casa y aceptó platicar con La Jornada. Recuerda cómo pasaron las primeras dos semanas, conoció a todos los médicos y enfermeras por su nombre. “Nos hicimos amigos. Así me hice de un territorio para no sentir soledad”. Ellos le decían que iba bien y pronto lo darían de alta, pero seguían pasando los días. “Me desesperé”.
Gerardo fue atendido en cuidados intensivos del hospital de extensión en el Autódromo Hermanos Rodríguez del IMSS, a cargo del doctor Leonel Quiñones, quien informó a Ana Patricia que la oxigenación de su hermano había bajado y lo iba a dormir para disminuir su desesperación.
Pasó otra semana y luego el especialista se percató de que había deficiencia de oxígeno en el cerebro. Vino la decisión de intubarlo. Transcurrieron 17 días más. La oxigenación fluctuaba, pero nunca se dio por vencido, luchó todo el tiempo y se le retiró el ventilador.
Favorecido por su buena condición física
Son pocos los pacientes que superan ese nivel de gravedad. Influyen muchos factores, explicó Quiñones, sobre todo los antecedentes de cada individuo. Gerardo no fuma, no bebe alcohol y hace ejercicio, así que tiene una buena reserva muscular.
Eso sirvió mucho; otra decisión que tomó cuando lo internaron: “salir, ver a mis hermanos, nada de que ya me cansé o ya no puedo”.
Llegó al hospital después de 20 días de aguantar los síntomas. Supuso que no necesitaría nada más que sus propios cuidados. Se encerró en su recámara y nadie podía entrar. Sus hermanas le llevaban las medicinas que él pedía, dejaban los alimentos en la puerta, pero no se percataron cuándo dejó de comer. Pasaron al menos tres días para que Ana Patricia lo encontrara sobre la cama prácticamente sin aire.
La familia Lazcano Campos es grande; la mayoría vive en el mismo domicilio. Son siete hermanos, varios con sus respectivas parejas, y una veintena de sobrinos. Desde diciembre varios de sus integrantes enfermaron. Gerardo ayudó a conseguir medicinas y tanques de oxígeno.
Ana Patricia comenta que su esposo también se contagió. Ella lo cuidó y que su hermano iba a verla, rápido, en la calle para “llevarme las cosas y se iba”.
“Estuvimos muy ocupados”, dice ella, quien se realizó varias pruebas de detección y en todas ha salido negativa. Hace poco se enteró de que tiene anticuerpos contra el coronavirus. “Me infecté y no me di cuenta”, dice todavía sorprendida.
Ahora cuida de Gerardo. Le ayuda cuando vienen accesos de tos, revisa que el concentrador de oxígeno funcione bien.
Ana Patricia y su familia se encargan de darle de comer, mantener la higiene, acompañarlo y seguir las recomendaciones médicas, aunque dice Gerardo –con amplia sonrisa– que le falta una: “irme de vacaciones a Cancún”.