Historias de Frontera/ Por José Ángel Solorio Martínez

Opinión

Muerte en el río

Un día antes que lo mataran, el Cuate Segura había participado en una brigada propagandística de la campaña para llevar a la presidencia de la república a Valentín Campa Salazar, en Reynosa, Tamaulipas. Estudiaba Ingeniería Civil; era un mocetón moreno, pestañas grandes y pelo ensortijado. Tenía algunos 20 años. Había ingresado al Partido Comunista Mexicano (PCM) en Monterrey, Nuevo León donde estudiaba.

 El día de la tragedia, se fue al barrio del Central, cita de centenares de jóvenes que los fines de semana, se posicionaban del lugar para beber cerveza y divertirse.

 Llegó solo a la taberna.

 Insinuantes y chispeantes meseras, atendían a los parroquianos.

 Sólo el agrio olor a sudor de decenas de obreros de la maquila, albañiles y desempleados, disfrazaba la sólida nube formado por turbulentas olas de feromonas.

 Acordes del acordeón de Ramón Ayala, iban y venían patinando sobre las eufóricas charlas de la concurrencia.

 A la tercera bironga, un sujeto se acercó al Cuate.

 A la sexta bebida, platicaban con grande confianza -eso dirían ante el Fiscal, los testigos-.

 Como a tres de la mañana, ambos se retiraron del lugar como grandes amigos.

 Tomaron rumbo al centro histórico de la ciudad -agregarían dos meseras ante el Ministerio Público-.

  Horas más tarde, la mala nueva circuló en las filas del PCM:

 -¡Mataron al Cuate!..

 Yo alcancé a replicar con sorpresa y dolor:

 -¿A cuál de ellos, cabrón? ¿A cuál de ellos, cabrón?

 Inobjetable uno de los hermanos Tovar:

 -¡Que te valga madre! ¡Vete pal local del partido!

 Varios niños que iban a nadar, habían localizado el cuerpo del Cuate sobre las arenosas orillas del río Bravo. Crimen atroz. Más que bestial. Los mastines policiacos, encontraron varias rocas ensangrentadas junto al cuerpo inanimado.

 El paisaje regional de la época, hacía pensar como primer conjetura, el asesinato por motivos políticos.

 Los dirigentes del PCM se movilizaron. Visitaron al Fiscal; demandaron investigación pronta.

 Como siempre: la Justicia caminó con muchas pausas.

 Se indagó con los dueños del río: los pateros.

 Nada.

 Se cuestionó a los contrabandistas que controlaban día y noche el Bravo.

 Nada.

 Se platicó con el policía más avezado e intuitivo de la región: Lolo González.

 Nada.

 Varios camaradas del Cuate, fueron a dialogar con  las meseras y el cantinero.

 Nada. 

 Meses más tarde, el Cuate sobreviviente -realmente eran gemelos idénticos- acudió al giro mixto donde había estado su hermano la última noche de su vida. Se tomó varias cervezas y salió

 Al quinto fin de semana de acudir todos los sábados, se sentó en su mesa un individuo.

 Le dijo, con voz lastimera, acomodándose en el cinturón como si fuera pistola su cinta de medir:

 -¡Discúlpame cabrón! No te quería hacer daño.

 El sobreviviente, sintió un sofocón en el estómago.

 Lo sabía: estaba frente al asesino de su hermano.

 -No hay pedo, bato. No fue nada. Dos tres días en curación y salí como nuevo-dijo concentrando todo el odio y el rencor de su rostro, en sus vísceras.

 -Andaba bien pedo. Y luego me invitaron un toque en el baño. Se me fueron las cabras-dijo el criminal.

 Impertérrito, el Cuate pidió otra cerveza.

 -Póngale otra al compañero-ordenó al mesero.

 Dos Cartas Blancas, llegaron sudorosas a la mesa de los bebedores.

 -En lugar de habernos ido al río, hubiéramos ido a tu casa a pistear-dijo el mellizo.

 -Nombre, vivo con mi primo. Y es bien mamón; ya sabes: como es jefe de intendencia en la Presidencia, se levanta muy temprano. Le emputa, que agarremos el pedo en su casa-expresó el sujeto.

 Se despidieron caballerosamente, a la media noche.

 El Cuate tomó un taxi hasta la Colonia Rodríguez, donde vivía.

 El homicida, dijo se iría “a pata” hasta su casa que estaba “a espaldas del Parque de Beisbol Adolfo López Mateos”.

 Segura no pudo dormir.

 Se levantó a las cinco de la mañana, y le puso guardia en sus oficinas al Jefe de la Policía municipal.

 A las 12 del mediodía, los genízaros levantaron a puntazos e insultos al criminal, justo en donde había comentado que residía.

 30 años le dieron al matón.

 Ese día, el PCM perdió a otro de sus valiosos militantes: el Cuate Segura, regresó a la Universidad a concluir sus estudios de Psicología.

 No se supo más de él.