Apodos
I.- A un tipo le decían “El Canicón”, pero no le gustaba ese sobrenombre, apodo, alias, mote o moquete.
Un día se fue de cacería a la selva con un amigo, el cual le dijo: “Mira, Canicón, vamos a meternos por esta vereda a ver si logramos cazar a un rinoceronte”.
-Bueno,-le contesta el aludido. Nada más que ya no me digas “Canicón”. Ya sabes que me molesta mucho.
-¡Pero si todos te decimos así de cariño! ¡Mira, “Canicón”, ya no hagas corajes y sigamos avanzando.
Al decir esto el amigo, dio un paso y cayó en un pantano. El “Canicón” se detiene justo en el borde y vio cómo se empezaba a hundir el otro cazador, quien le dijo: “Canicón, lánzame esa liana para salir del pantano”.
-Te la lanzo-dijo el botarate- solo si dejas de decirme “Canicón”.
-No estés bromeando, “Canicón”. Anda, no seas malo. Nomás agáchate y aviéntame la liana.
-No te la daré hasta que prometas que no me volverás a decir “Canicón”.
En eso estaban, cuando el amigo se hundió hasta el cuello y desesperado volvió a decirle: ¡”Canicón”!¡Me hundo!¡La Liana!
-¡Si no dejas de decirme “Canicón”, no tendrás la liana, y es mi última palabra.
El pobre sujeto ya se había hundido por completo y solo sobresalía la mano derecha, con la cual, en un último intento por salvar su vida, cerró la mano y puso el pulgar por debajo de los otros dedos, haciendo un movimiento repetitivo, como si estuviera lanzando un “canicón”.
Morelaja: Ten mucho cuidado con los apodos. Nunca sabes a quién sí le gustan y a quién no.
II.- Había otro tipo al que le decían “El Trucutú”, cuando era un adolescente adorador de Onán.
Tal moquete se lo ganó por su parecido con aquel personaje de tiras cómicas que salía en los periódicos. Se trataba de un cavernícola que siempre andaba con su garrote.
Con el paso del tiempo, el sobrenombre se acortó para quedar como “El Truco”.
Muchos, al desconocer el origen de tan original sobrenombre, lo atribuyen a su carácter truculento, tramposo, traicionero, embaucador.
El apodo cambió, pero el garrote lo sigue empuñando, si no, díganlo los aspirantes de MORENA que puntean en las encuestas.
Francamente no me lo imagino de gobernador.
III.- En aquellos tiempos que ya se fueron para no volver, cuando yo era un pegaso chaval, en las calles de la colonia El Chaparral se oían motes como “El Cagao”, “El Tuerto”, “El Chinicas”, “La Pili”, “El Zambo” y muchos más.
Todos, en algún momento de nuestras vidas, nos hemos encontrado con individuos con apodos raros o incluso, nosotros mismos hemos llevado alguno, aunque no nos haya gustado.
Hasta en el futbol ocurre esa situación, y así tenemos algunos de los moquetes más célebres, como “Pelé”, “El Pelusa”, “La Pulga”, “El Loco”, “El Chicharito”, “El Pelado”, “El Apache”, “El Ratón”, “La Gallina”, “La Foquita”, “El Topo Gigio” y muchos otros.
Entre los narcos, tenemos a “El Chapo”, “El Señor de los Cielos”, “El Azul”, “La Barbi”, “El Mataperros” y “El Pozolero”, por nombrar a los más conocidos.
El apodo, según su definición académica es un sobrenombre que se otorga a un individuo de acuerdo con alguna característica física o una circunstancia. Hay apodos que son manifestaciones cariñosas, mientras que otros buscan dejar a la persona en ridículo.
¿Quién no recuerda, por ejemplo, el pedo que se aventó Lucerito en una presentación en vivo?
A partir de entonces se le conoce con el mote de “Lupedito”.
La raza es gacha y no tiene piedad al momento de poner un apodo.
Por eso nos quedamos con el refrán estilo Pegaso, cortesía de El Gordo Elías: “En este lugar, quien no se desploma se desliza”. (Aquí, el que no cae resbala).