AL VUELO/ Por Pegaso

Opinión

Acoso 

¿Cuándo la labor de un reportero deja de ser un ejercicio de libre expresión para convertirse en un acoso grosero y fuera de toda proporción? 

Un ejemplo de ese periodismo degenerado lo dio un grupo de reporteros de nota rosa en la ciudad de los Ángeles, al apabullar brutalmente a la artista mexicana Aracely Arámbula y a sus hijos, luego de la participación de esta en una obra de teatro. 

Tratando de justificar lo injustificable, en el programa “Veneneando”, de Paty Chamoy, las comentaristas aseguraban que su labor es totalmente legal, que solo querían que Arámbula les diera una entrevista y poder tomar fotos de los hijos que tuvo con Luis Miguel, ya que, quiéranlo o no, son famosos y por eso mismo están obligados a dejarse ver por el público. 

El abogado de la artista emitió un comunicado donde condena la forma en que fue acosada por la orda de seudoreporteros, quienes en su intento de obtener fotos y declaraciones, no les importó violentar los derechos que toda persona tiene a la privacidad, incluso si es famosa, ¡y más cuando se trata de niños! 

A pesar de que Chamoy, Ponzoño, Piedrito Sola y la Tasta quisieron defender las razones de los reporteros, el abogado les dio una arrastrada, bailó el jarabe tapatío sobre ellos y a final de cuentas, con el rabo entre las patas, tuvieron que cambiar de tema para no seguir haciendo el ridículo. 

“Veneneando” es uno de tantos programas que obtienen ganancias millonarias con la explotación de la imagen de los artistas, a quienes incluso fotografían desnudos o semidesnudos, violando su privacidad, con el uso de telefotos o drones que manejan hábilmente los llamados “paparazzis”, que no son más que delincuentes voyeuristas que deberían ser juzgados por las autoridades. 

Por desgracia, dichas fotos las pagan muy bien las revistas y programas del corazón. 

Le dan el rimbombante nombre de “Periodismo de Espectáculo”. 

Los “reporteros” se pelean y se desgañitan por obtener aunque sea una palabra o una foto de los famosos. 

¿A quién demonios le importa si Luis Miguel se aventó un pedo?¿O si a la princesa Sofía se le vieron los calzones? 

Pero ellos mismos tienen la culpa. O mejor, los lectores que gustan de ese tipo de material morboso. 

A ver. Si a figuras como Luis Miguel o la propia Aracely Arámbula no las siguieran con sus cámaras y micrófonos, y si la gente no los pelara, ¿qué pasaría? 

Pues seguramente que ellos, los famosos, buscarían y pagarían publicidad en los medios. 

Por lo anterior, el mismo público y los medios chismosos son los que ocasionan toda esa situación. Crean monstruos que después se quejan del acoso que sufren, y así, aquello se convierte en un círculo vicioso. 

Pero fuera de eso, son personas privadas, y si dicen que no quieren dar una entrevista, nadie, ni el más influyente medio de comunicción tiene derecho a obligarlas a darla. Y mucho menos querer tomar a fuerzas el rostro de pequeños que ninguna culpa tienen que sus padres sean famosos. 

Si alguien conoce a la vieja momia, cara de chango chiquito de Paty Chamoy díganle que digo yo, Pegaso, que lo que hacen NO ES PERIODISMO, sino simples chismes de vecindad que rayan en lo vulgar. 

Si alguno de esos reporteros pasó por la escuela de Comunicación, debe saber que su labor tiene límites, y esos límites los marca la ley. 

Me extraña que Aracely Arámbula no les haya metido una demanda, cuando los hechos ocurrieron en Estados Unidos, donde cualquier hijo de vecina lo puede acusar a uno por mucho menos que eso. 

Si yo voy por una calle de McAllen y me le quedo viendo o le lanzo un piropo a alguna mujer, me puede demandar por acoso sexual, por conducta indecorosa y por traumas psicológicos. Tendré que ir a corte y pagar decenas de miles de dólares para cubrir los honorarios del abogado que tuvo que contratar mi “víctima” y el tratamiento psicológico necesario para volverla a la normalidad. 

Por eso aquí los dejo con el refrán estilo Pegaso: “Carece de culpabilidad el aborigen, mas no así el individuo que lo convierte en padrino de su vástago”. (No tiene la culpa el indio, sino el que lo hace compadre).