AL VUELO/ Por Pegaso

Opinión

Vudú 

Lo vi. No fue mentira.  

Iba un tipo de tez muy morena, indudablemente haitiano, caminando descalzo por la calle Herón Ramírez, casi con Línea del Gas. 

Iba como dormido. La barba crecida, los ojos perdidos y las manos tiesas. Caminaba detrás de los coches, por el pavimento de la calle, no por la acera. Algunos le pitaban y otros hacían maniobras por rodearlo y pasar a un lado de él. 

¿Era un zombi? No oculto que ese fue mi primer pensamiento. 

Lo que pasa es que lo asocié con otros hechos que han ocurrido recientemente, con la ola de caribeños que han invadido nuestra antes tranquila y apacible ciudad ciudad. 

Años atrás, los que venían eran veracruzanos. Atraídos por las maquiladoras, que les ofrecían casa, sueldo ejecutivo, prima vacacional, aguinaldo y coche a la puerta, llegaron incluso a fundar colonias enteras, como la Jarachina, que a la postre pasó a ser conocida como Jarochina por los reynosenses de pura sepa (¡sepa la bola de dónde son!) 

Con el anuncio de las reformas migratorias en Gringolandia, todos los que pudieron venirse de Guatemala, El Salvador, Honduras y otros países que están más amolados que México, se dejaron venir en macoya, deslumbrados por el sueño americano. 

Algunos pudieron arreglar sus papeles, otros se regresaron a sus tierras, a seguir sufriendo con los maras y gobiernos corruptos, mientras que los demás se arrejuntaron con reynosenses para obtener la ciudadanía mexicana. 

Hay casos exitosos, por ejemplo, algunos venezolanos, que lograron mimetizarse con la sociedad reynosense y ahora son exitosos empresarios restauranteros, gracias a las deliciosas arepas que trajeron de por aquellos rumbos, viven en fraccionamientos exclusivos y manejan autos del año. 

Pero luego se vino la oleada morena: Los haitianos, y ahí sí que se armó el desmoder. 

Pronto ocuparon la Plaza de la República y la dejaron peor que Hiroshima, después de que cayó la bomba atómica. Se les trasladó al albergue de migrantes Senda de Vida II, pero pronto su capacidad fue rebasada, al igual que el resto de los refugios. 

De esa manera, empezaron a buscar casas de renta en las colonias cercanas, como la Aquiles Serdán, Carmen Serdán y Chapultepec, donde ahora nomás negrea. Y ya se le conoce como La Pequeña Haití. 

Pero decía que me pareció ver un zombi ayer, cuando me trasladaba a mi casa, como a eso de las dos de la tarde. 

El sol caía a plomo, pero al hombre no parecía afectarle. 

Haití, para quienes no lo saben, es junto con Jamaica y Cuba, la capital del vudú, una especie de religión animista originaria de África Occidental. 

En los tiempos de la colonia, los españoles, ingleses y franceses traían esclavos de África para que trabajaran en los campos de cultivo y después ahí se quedaron hasta ser mayoría. 

Se trajeron su cultura y sus tradiciones. Una de ellas, el vudú, es una práctica que tiene que ver con la magia negra y la adoración de deidades africanas y cristianas, en un sincretismo muy propio de esas regiones del mundo. 

Y con el vudú pensamos también en zombies. 

Ayer por la mañana subí una nota donde una mujer de origen guatemalteco fue agredida por una pareja de haitianos. 

Estos estaban enojados porque, supuestamente, la mujer les robó un dinero de una maleta. 

Los negritos se pusieron agresivos y yo pensé, ya entrados en el tema, que bien podrían haberle hecho algún trabajo de santería o vudú para castigarla por haberles robado esa lana. 

Ya fuera de guasa, a pesar de que la población caribeña o antillana tiene muy arraigadas las prácticas de este tipo, no se ha sabido nada de sacrificios de animales o de muñecos con alfileres, elaborados con prendas y cabello de alguien. 

No hasta el momento, pero… ¿y si el cuate de la calle Herón Ramírez realmente era un zombi? 

No quiero asustarlos, pero mejor los dejo con el refrán estilo Pegaso, cortesía de Chiquidrácula: “Absténganse de simular. ¡Experimentaron temor!” (No finjan. ¡Sintieron mello!) 

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