La Comuna/ Por José Ángel Solorio Martínez

Opinión

La filosofía ejidal riobravense

¿Qué tienen en común, Tomás Yarrington, Eugenio Hernández Flores y Francisco García Cabeza de Vaca?
“Los problemas con la justicia”, dirán algunos.
“Son carne de presidio”, dirán otros.
“Son víctimas políticas”, dirán los menos.
Todos, tienen parcialmente la razón.
Algo que los hermana, los identifica, -como inseparable ADN- es la soberbia.
Yarringon pensó ser un sujeto dotado de poderes especiales, únicos, para cosechar lo que escasos tamaulipecos han hecho: diputado federal, alcalde de Matamoros, delegado de la Secretaría de Hacienda, Tesorero del estado y gobernador.
Nació con una gigantesca estrella; luego de una infancia con muchos desafíos, pasó a ser uno de los tamaulipecos más afortunados. Le cayó la gubernatura del cielo: voluntariamente, declinó el tampiqueño, Toby Sánchez Gochicoa ser gobernador; no le creyó a Manuel Cavazos Lerma quien reformó la Constitución local para que fuera elegible a gobernador, un no nacido en Tamaulipas; MCL, le acomodó la ley: con sólo 5 años de residencia podría ser candidato.
No confió en el hombre del sombrero; lo desdeñó, lo ninguneó.
Otro detalle, pavimentó el sendero de Yarrington a la gubernatura: el presidente Ernesto Zedillo, preparaba la entrega de la presidencia a Vicente Fox, lo que le generó un desdén por los priismos regionales que abandonó en manos de los gobernadores.
Esos niveles donde se movía Tomás, le hicieron sentirse superior a cualquiera. Un mal día, casi llegó a los golpes con uno de los tíos de Enrique Peña Nieto -Montiel-. La soberbia, le hizo pensar que los actores nacionales tenían un poder similar a los de las regiones tamaulipecas.
Como dicen los malandros fronterizos: ahí se le cayó el cantón.
Eugenio Hernández Flores, llegó a la gubernatura, con relativa facilidad. Antes sería diputado federal y alcalde. Tuvo ciertos roces con el gobernador, Francisco García Cabeza de Vaca. Las minimizó; creyó que sus vínculos con santones priistas de grandes ligas, lo protegerían de los desafíos legales que le construyó FGCV.
No entendió, que el poder es tan transitorio y tan etéreo, que en un suspiro se marcha.
Le avisaron.
Lo alertaron.
“No te dejes ver por Tamaulipas”, le mandó decir FGCV con sus amigos victorenses.
Otra vez: la soberbia.
Como quien no debe nada, se paseaba con cierta petulancia en la capital, en sus lujosas motocicletas. Lo energizaba, los múltiples saludos de los capitalinos a quienes siempre trató con generosidad.
Hace unos días, cumplió cinco años tras los deprimentes barrotes de su prisión.
Dirán, algunos: se descuidó.
No: fue la soberbia.
Cabeza de Vaca, siempre la tuvo fácil: ganó el 2000 con la fuerza del candidato presidencial Vicente Fox. Ni un nickel le metió a la campaña. Arrasó en Reynosa. Fue alcalde y en seguida diputado local. La senaduría sería su grande fortuna: llegó al Senado justo en el momento de las reformas estructurales del país: privatización de la CFE y desmantelamiento de PEMEX y otras linduras. Él, apto para acomodarse en ese tipo de escenarios, pidió la gubernatura a cambio de su voto.
Se la dieron.
Asumió su autoridad de más: retó al presidente, Andrés Manuel López Obrador.
Otra vez: la soberbia.
Ese pecado capital de los políticos, se manifiesta de diferentes formas: autoritarismo, prepotencia, arrogancia y otras no menos nefastas.
Parafraseando la filosofía de los ejidatarios de Río Bravo: sonaron bofo, cuando intentaron tirarse un pedo, más grande que sus propios fundillos.

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