Por René Mondragón
FALTA DE CONSEJEROS
A falta de consejeros que le abonen un buen grado de sensatez al presidente –aunque el ejecutivo no se guía mucho por quienes lo rodean, ni aún sus más cercanos- ha perdido, extraviado y disuelto la propia narrativa.
Ha diluido la narrativa y su exposición en los medios ha bajado fuerte a partir de la marcha en defensa de la democracia y del INE. No faltaron los cálculos lambiscones y lisonjeros que insistieron en que los asistentes apenas habían llegado a 10 mil. Esa cifra ni el mismo mandatario se la creyó. Tampoco los mexicanos desfilantes se creyeron el anunciado problema ambiental o la magica apertura de las fuentes para ver si así, se enfriaban los gritos de los marchantes.
OBVIO
Al inquilino del búnker del zócalo defeño, le revienta no ser él quien defina lo que todo el país debe pensar y hacia dónde debe caminar. Por ello trastabilla, se equivoca, inventa y corrige muchas veces para decir y desdecirse de lo que antes dijo. Esto es mucho más que un simple juego de palabras. Es la tragedia mayor de palacio.
La extrema liviandad presidencial no cesa. De inicio, fue una narrativa de pleito placero, de gresca en el barrio; de pleito pueril, a ver quién lleva más gente a su marcha, los fifís o él. Ahí empezó a perder la narrativa y el control de la agenda.
En seguida, sostuvo en su mañanera que, demostraría que la mayoría de los mexicanos respaldan su gobierno. Entonces, emergió de la chistera el endeble “me apoya el 60 por ciento” Ahí se derrumbó otra parte porque la marcha convocada por el mandatario se convirtió en un evento para medir el raiting personal. De esta forma, reporteros, comentaristas y analistas de la información encasillaron la marcha presidencial, como “la marcha del presidente”, como “el desfile de la vanidad y el aplausómetro” Es decir, el mismo presidente catapultó la idea de un desfile de la simpatía que sería organizado –por supuesto, con recursos públicos- para calibrar la vanidad del inquilino de palacio.
Más tarde, intentando recular y viendo que el desfile de vanidades lo hizo perder la brújula y el olfato político, dio un giro importante a la justificación de lo que todo mundo señala como “su marcha”: Ya no era para medir asistentes con la marcha anterior realizada en muchas ciudades del país. Sin poder eliminar del todo la idea de que le encantan los actos multitudinarios –aunque sea con locomotoras de cartoncillo y burócratas disfrazados de cualquier cosa- el contenido varió. Ahora, se trataba de “celebrar los logros de su gobierno” por enésima ocasión.
El clima se enrareció más con el triunfo de los republicanos en Estados Unidos y las posturas de “su amigo” Trump. El segundo golpe le cayó en la punta del hígado, cuando el manejo desaseado y torpe de la grilla diplomática tampoco le alcanzó.
El presidente mexicano se auto percibía como el proto-hombre y el líder magnificente de los países latinoamericanos; por lo que, en consecuencia, lanzó al ruedo como villamelón a Gerardo Esquivel como candidato a la suprema dirigencia del BID. Esquivel perdió estrepitosamente contra el brasileño Ilan Goldfajn.
Otro herrejón que dolió fuerte, por el ridículo internacional, fue la cancelación de la Cumbre de la Alianza del Pacífico, donde el desaire diplomático para el mandatario mexicano evidenció, ante el infinito y más allá, que el liderazgo continental solo existe en la imaginación presidencial.
“ESTÁN TODOS INVITADOS”
Como kermesse pueblerina se ha invitado a la marcha del presidente “a todo mundo” que equivale a invitar a todos y a ninguno.
Por eso la genialidad del devaneo al presionar a gobernadores, alcaldes y morenos puros a llevar gente, “cueste lo que cueste”
Algunos observadores señalan que el acarreo costará entre 500 y 600 pesos por acarreado, si bien, volverán a funcionar las amenazas de dejar sin dinero a los ninis y a los adultos mayores; en términos reales, los mismos empleados de gobierno ha evidenciado su descontento pues se sienten manipulados.
Y era hora, ¿no?