Mascarillas
Arrellanado en mi cómodo cumulonimbus, me agarra la risa tan sólo de ver en los grandes medios nacionales de comunicación cómo las personas han convertido en toda una tendencia de la moda a los humildes e inútiles cubre bocas.
El adminículo, que en realidad no protege del coronavirus, pero sirve para que la gente se sienta segura, ha revolucionado la industria del estilo y la moda, porque, de ser sólo un trapo que se amarraba alrededor de la cara, es ahora toda una exclusiva prenda de diseñador.
Incluso ya cambió su nombre para darle más glamour. Ahora son mascarillas, no cubre bocas o tapa bocas.
A fin de hacerlos personalizados y estar a la vanguardia, cada individuo e individua busca que su mascarilla combine con su ropa de vestir, cuando sale a la calle.
Las hay con dibujos de Mickey Mouse, de Bob Esponja, de las Chicas Superpoderosas, de las Tortugas Ninja, entre las más populares.
También se pueden encontrar en cualquier esquina o puesto callejero las que traen colmillos de vampiro, las de bocas grotescas, las camufladas, las de bandera gay y miles de diseños para dar gusto hasta a los más exigentes.
Simultáneamente, en los mercados internacionales hay una intensa competencia entre las casas de alta costura, como Coco Chanel, Luis Vuitton, Armani, Prada, Versace, Fendi y Valentino.
Teniendo en cuenta que cada habitante del planeta usa cubrebo… perdón, mascarilla, y que cada una de estas prendas de diseñador puede costar hasta mil pesos, estamos hablando de un mercado de 7,500 millones de personas, lo que arroja un ingreso potencial neto de siete billones y medio de pesos o séase, 326 mil millones de dolarucos.
Pero no nos vayamos tan al extremo. Las mascarillas de diseñador quedan solo al alcance de las clases más pudientes, las que necesitan desesperadamente estar a la moda o sentirse especiales por el hecho de traer un trapo diferente pegado a la cara.
El resto de la gente, el infeliciaje, se conforma con comprar los modestos cubrebocas que venden en las farmacias o usar los que elabora en casa la tía Chole con dos pedazos de tela de desecho pegados y una banda elástica que aprieta las orejas y los hacen parecer un Volkswagen con las puertas abiertas.
El último grito de la moda es un agregado a esta parafernalia que nos ha traído el coronavirus: Las caretas de vinilo.
Se ven grotescas, son estorbosas y además, deben colocarse por encima del tapa bocas.
La función de la careta es evitar que las gotitas de saliva que se desprenden de la boca cuando hablamos, o más aún, cuando tosemos o estornudamos, lleguen hasta nuestras mucosas.
Ahorita son transparentes, pero dentro de poco vamos a tener caretas con colores fluorescentes, adornadas con florecitas, personajes de tiras cómicas, diseños militares y toda esa variedad que actualmente nos brindan las mascarillas, cubre bocas o tapa bocas, como deseen llamarlos.
Adelantándome un poquito, y escuchando que algunos especialistas dicen que el COVID-19 llegó para quedarse y será endémico en la mayoría de los países del mundo, me atrevo a hacerle alguna sugerencia a los gigantes tecnológicos como Microsoft, Google, Facebook y Amazon: Incorporen a las caretas interfaces con realidad aumentada, conexión wii fii y 5G.
Así, las ventas estarán garantizadas.
Termino mi colaboración de hoy con el refrán estilo Pegaso: “De la tendencia, a quien mejor le ciñe”. (De la moda, al que le acomoda).