AL VUELO/ Por Pegaso

Opinión

Mudanza

Siempre lo he dicho: Mudarse de casa es una pesadilla. 

En primer lugar, ¿quiénes son los que cambian de casa? No precisamente los millonetas, porque ellos se pueden dar el lujo de tener no solo una residencia, sino dos, tres o más, incluso mansiones, palacios o castillos. 

Somos, por supuesto, los pobretones, los asalariados, los aspiracionistas, los que tenemos que someternos a la fuerza a la pobreza franciscana. 

Quienes nunca pudimos adquirir una casa a la medida de nuestras necesidades, tenemos que buscar dónde la haya y pagar una renta mensual. 

Pero ahí está el intrínguilis. De entrada, el propietario o la propietaria te dicen que tienes que dejar un mes de depósito, más el primer mes por adelantado. 

La mayoría de ellos, o por lo menos, los que conozco y con los que he tenido tratos, no te dan comprobante fiscal, porque no pagan ISR, pero sí tienes que firmar un contrato donde te comprometes a dejar el inmueble en las mismas o casi en las mismas condiciones en que lo recibiste. 

Y lo que le llegues a agregar, ahí se quedará. 

Después viene lo extenuante: O contratas un carísimo servicio de mudanza profesional, o le dices a los cuates que te ayuden a hacer el cambio. 

Generalmente, lo primero es lo más indicado, pero muchas veces resulta prohibitivo pagar las cantidades que piden. 

Así que, a dar molestias a los familiares o conocidos. 

Y parece que va a ser tarea fácil, pero los que hemos pasado por esto sabemos que resulta una labor titánica. 

Para empezar, yo nunca me he explicado de dónde diablos salen tantas cosas.  

Si, como es un hecho, pertenecemos o aspiramos a pertenecer a una clase de media baja a media y no contamos con recursos tan amplios como los ricachones para comprar bienes, entonces, ¿alguien quiere explicarme cómo es que se multiplican los trastos y cacharros cuando te estás cambiando de casa? 

Supón que ya completaste la labor de mudanza. Ahora falta acomodar todo eso en su lugar, ¿y si no tienes suficiente espacio? Pues se tiene uno que deshacer de lo menos importante. 

Y ahí entra nuestra prenda amada: “-¿Cómo vas a tirar esto, si me lo regaló tu santa madre? -No tires esto, porque me lo saqué en la rifa de Fulanita”. 

Llega la labor de embellecer un poquito el nuevo espacio. Pero resulta que siempre hay cosas que arreglar: Que si se tira la taza del baño, que si está tapado un desagüe, que dónde pongo la lavadora, que no tengo corriente 220 para la secadora, y mil cosas más que resultan un quebradero más de cabeza. 

No hay como tener un abuelo rico que te herede una buena casa, para dejar de pasar por todos esos menesteres. 

O bien, puedes adquirir un crédito INFONAVIT para vivir en una palomera, donde solo caben tú y tu consorte y tienes que entrar de ladito, además de que en cualquier lluviecita se inunda o empieza a tener goteras. 

Ahora que si quieres un crédito bancario, te va a salir carísimo. Si no tienes una buena chamba, por ejemplo, de petrolero, maestro o médico, ni te metas, porque te van a acabar los intereses y tendrás que devolver la casa. 

Pero si eres muy ahorrativo, si estás chavo y piensas con la cabeza, sacrifícate durante algunos años antes de comprometerte, y así, por lo menos tendrás dónde meter a la dueña de tus quincenas y evitarte las molestas y engorrosas mudanzas. 

Viene el refrán estilo Pegaso: “¿A qué sitio te diriges, que poseas plusvalía?” (¿A dónde vas, que más valgas?)

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