Al Vuelo/ Por Pegaso

Opinión

Villancicos

Apenas está iniciando la temporada navideña y ya estoy hasta la madre de villancicos.

Por donde quiera que paso escucho la canción del Burrito Sabanero. A la siguiente cuadra, la del Camino de Belén, con Raphael. Paso frente a una cantina y oigo Regalo de Reyes, con mi ídolo Javier Solís y al acercarme a la plaza suena la de Pastores Venid o la de Santa Clós le dio un beso a Mamá, con Los Mier.

Por cierto, al analizar la letra de esta última canción solo puedo pensar que se trata de una rola viejísima, de allá por los años setenta u ochenta, cuando aún no había Internet ni redes sociales.

Un chamaco que se levantó de la cama en la noche para espiar a Santa Clós cuando le dejara el juguete que pidió, vio una escena que lo desconcertó: El viejo barbón y panzón le estaba dando un beso de lengüita a su mamá.

El escuincle se fue a la cama y ya no pudo pegar los ojos. Esperó a que amaneciera y fue con su papá antes de que se fuera a su trabajo.

-¿A que no sabes qué?-le dijo. Ví al pinche Santa Clós besando a mi mamá. Se parecía a ti, tenía tu nariz, tu pelo, tus botas y hasta la cruz que traes en el pescuezo. Si no fuera por las barbas blancas y el traje rojo, hubiera pensado que eras tú.

¿Ven?

Si fuera un niño de los de hoy, habría consultado en Google cuál es el modus operandi de Santa. Con su teléfono celular le hubiera sacado una fotografía, con un programa de Inteligencia Artificial habría visto el verdadero rostro del botijón y se hubiera dado cuenta que no era otro más que su progenitor.

Lo malo es que hubiera descubierto que en realidad Santa Clós no existe y se hubiera quedado más traumado que López Obrador con los chingadazos que los periodistas chayoteros le atizaron durante tres décadas.

¡Ahhhhh! Los tiempos de antes. Todo era más sencillo y candoroso.

Daban las ocho de la noche y nuestros padres nos mandaban a la cama, porque había que levantarse temprano para ir a la escuela.

Ahora no. Ahora los pubertos están hasta la madrugada, jugando en línea, chateando con los cuates por wasap, viendo streaming en su pantalla plana gigante o intercambiando archivos porno.

La facilidad con la que tenemos acceso a todo tipo de contenido cambió radicalmente nuestro modo de vida.

Cuando en mis años mozos llegaba el tiempo de las posadas, nos íbamos a la casa de doña Andreíta, en El Chaparral, porque ya sabíamos que ella era la que organizaba las procesiones.

“Sancta Maríaaaaa: Ora pro nobis; Sancta Deigenetriz, ora pro nobis…” y así, nos íbamos de casa en casa pidiendo posada, hasta que llegábamos al domicilio señalado donde se debería acostar al niño Jesús. Ahí, sí o sí, el anfitrión tenía una piñata de cartón, nos formaban en fila, le pegábamos duro al armatoste hasta destrozarlo y todos saltábamos al suelo para agarrar las puntas y ponérnoslas de gorro, mientras se organizaba otra fila para recibir una bolsita con colaciones, naranjas y cacahuates.

Si no fuera porque sé que los villancicos forman parte de un proceso de acondicionamiento para hacernos comprar y gastar más en esta temporada, hasta los recordaría con cariño.

El consumismo generalizado de la temporada decembrina es como una borrachera, porque en enero, cuando nos demos cuenta que nos gastamos hasta lo que no teníamos, viene la cruda realidad.

Por lo pronto, los dejo con el refrán estilo Pegaso­ que dice así: “El recipiente cóncavo de barro o cartón adornado para celebraciones populares contiene estiércol, contiene estiércol, Arachis hypogaea en exceso”. (¡La piñata tiene caca, tiene caca, cacahuates de a montón).

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