1 de marzo de 2024
Por Pegaso
Hay algo en el mundo del celuloide de lo que muy pocos hablan, porque resulta incómodo: Los “cuernos” de ficción.
Sí. Como usted lo leyó: Los “cuernos” de ficción.
En la vida real se dice que a una persona le ponen el “cuerno” cuando su pareja tiene encuentros amorosos con otro u otra.
Pero hay de cuernos a cuernos, por ejemplo, si solo se trata de un beso de cachetito, ni cuenta, pero cuando hay lengüita y chupete de por medio, ahí ya cala.
Y cuando definitivamente hay una “entrega total”, como decía Javier Solís o “las delicias de Himeneo”, como decía Homero, el célebre autor de La Ilíada y La Odisea, la infidelidad se consuma y los cuernos aparecen en la frente del cónyuge burlado.
Pero en el cine no.
En el cine, lo más común es que una actriz o actor bese a su pareja protagónica, aún cuando cada uno tenga su pareja. Y no lo hacen solo una vez. Para que salga bien una escena, tienen que ensayar varias veces.
Hay otras ocasiones en que deben abrazarse y restregarse sus partecitas, o meterse a la cama y simular que están desnudos y haciendo el amor como desesperados.
Esto no es así. Siempre les colocan algo que impide el contacto directo, como alguna malla de color carne o un hule transparente. Pero ambos no dejan de excitarse porque, a final de cuentas, son humanos y generalmente se trata de actores y actrices atractivos.
¿A qué voy con todo eso? Recién estaba viendo un artículo de un periódico digital de Hollywood, donde se les pregunta a los famosos qué sienten cuando sus parejas hacen escenas íntimas con otra persona.
La mayoría lo ven con indiferencia, pero hay quienes se sienten incómodos, ya que las películas se reproducen por millones y mucha gente las ve.
Incluso, uno mismo llega a sentir pena ajena cuando hay escenas cachondonas sin justificación, que bien pueden saltarse los realizadores, pero que incluyen porque es el morbo que atrae la atención de los espectadores.
Alguien mencionaba por ahí que esa situación puede definirse como una “infidelidad legal”, y puede que tenga razón.
Por ejemplo, yo no podría pararme a besar de sacacorcho a una chamacona en la calle porque me vería muy mal, me acusarían de acoso y me mandarían al penal de Almoloya con Mario Aburto, “El Mochaorejas” y los hermanos Arellano Félix.
En cambio, si una productora de películas me contratan para ser galán joven (se asoma uno de mis dos o tres lectores a la columna y dice: “¿De dónde?”) y en el guión dice que tengo que besar a la heroína, entonces hasta me dan un premio Oscar.
¿Y cuál es la diferencia? Es un beso, tanto en el primero como en el segundo caso. Lo único que cambia es que el cine lo vuelve legal y socialmente justificable.
Es algo así como lo que ocurría en nuestra muy lejana infancia: Jugábamos a los policías y ladrones.
Sabíamos que era de a mentiritas, pero para efectos del juego, teníamos que considerar que aquello era real y que los balazos que nos lanzábamos nos “mataban” de verdad.
Así es en el cine. Sabemos que no es cierto, pero para disfrutar la película tenemos que creer que es real.
A final de cuentas, nadie le dice “cornuda” a la esposa de Will Smith después de las candentes escenas que quedan inmortalizadas en el celuloide.
Los dejo con el refrán estilo Pegaso: “Que se abstengan de dirigirse a mí en la arista: ¡El ciervo, el ciervo!” (Que no me digan en la esquina: ¡El venado, el venado!)