Adán Echeverría
“No hay más remedio, es lo que nos tocó”. Así más o menos es como podría definirse a muchos de los adultos de este 2024. Nuestro México se sumió en una carnicería por los malos gobiernos, lo que consolidó que una generación completa de niños, que nacieron entre los años 90 del siglo pasado y la primera década del siglo XXI, vivieran escondidos en casa, atentos a las caricaturas y a los video juegos.
La fantasía permeó en ellos, y empresas del cómic, así como los manga, los festivales otakus, se volvieron parte primordial de su vida, tanto como el conocimiento enciclopédico de los video juegos, porque fueron sus compañeros de soledad, de retos, de luchas, llevándolos a nuevas formas de enfrentar la vida desde la puritita virtualidad; cuántos diseñadores, creadores de contenido, constructores de obras, novelas gráficas, que siempre rondan entre nosotros, utilizando desde el anime, pasando por la fantasía, hacia las historias de los vídeo juegos que son llevados a la pantalla grande, o a las plataformas de streaming influyendo en el comportamiento de un público cautivo, que en legiones persigue dichos productos.
Y con base en esa cultura, estos chicos menores de 40 años construyen sociedad. La reconstrucción de su fenotipo es notoria, de su ego, de su súper ego, tiene que ver con esa formación a la que se han visto expuestos desde los 2 o 3 años. Así construyen incluso sus relaciones de pareja, sus noviazgos, como los odios hacia los que son distintos a ellos y por lo tanto avejentados, aburridos. Un infantilismo del que no tienen ganas de salir, del que no pueden salir, porque es lo único que conocen. Hasta su erotismo se disfraza de anime, chicas que se colocan la cola de algún animal introduciéndola en el trasero, pretendiendo ser una hembra animaloide, o chicos y chicas que viven y funcionan usando orejitas de animal, los colores en sus vestimentas, en sus cabelleras. Vivir dentro de la fantasía, y para la fantasía. Emular a sus íconos del ánime.
Sin embargo, la sociedad no avanza a su ritmo ni se mueve dentro del tiempo en el que estos chicos y chicas se desarrollan, por lo que enfrentarse a la realidad de una adultez de pagar impuestos, con salarios de hambre, falta de acceso a la vivienda, créditos y préstamos insanos, se les hace increíble de llevar a cabo; se les hace imposible volverse adultos.
Son estas actitudes infantiles las que se van prolongando, de adultos infantiles procreando niños y nuevas infancias. La infancia se les va prolongando desde los 3 hasta los 40 años, incluso validándose dentro de becas como la de Jóvenes Creadores del Fonca, que define a los jóvenes como aquellos menores de 35 años.
A los 35 años un ciudadano mexicano ya debería tener una profesión, es posible que incluso haya concluido un posgrado, es probable que tenga ya 10 años de antigüedad en algún trabajo, pero para las autoridades culturales, se trata de jóvenes, con edad para las drogas, el sexo, el pago de impuestos, pero no para tener salarios dignos.
Eso nos habla del infantilismo generacional al que seguimos abonando como país, como cultura, como país sumido en las violencias producto de procesos económicos de explotación.
Universitarios que, en vez de debatir problemas sociales, son felices yendo en pijamas a la escuela en una semana loca, como si fueran críos y crías de la educación primaria. Parejas de adultos que se reúnen para jugar video juegos, oficinas de adultos niños, llenos de fantasía, creación, e irresponsabilidad. Productos del neoliberalismo que no deja de proporcionarles productos de la fantasía, para manteneros enajenados a los problemas sociales de su alrededor, prologando la infancia de sus ciudadanos, haciéndolos débiles, inseguros, viviendo de continuo en una fantasía, incapaces de funcionar en la realidad, deprimiéndose ante ella. El neoliberalismo ha triunfado en ellos. Y por eso es necesario resistir.