La Comuna

Opinión

José Ángel Solorio Martínez

La huelga de la Compañía Petrolera El Águila en 1924 en doña Cecilia, Tamaulipas, México, fue una apuesta de mil millones de dólares, contra cinco centavos de peso mexicano; resultó al mismo tiempo, un épico y estruendoso combate entre mil doscientos obreros tamaulipecos –mexicanos–, agrupados en un sindicato, contra dos de los más robustos grupos de presión imperialista de manufactura mundial: la Asociación de Petroleros de Nueva York y la Asociación de Petroleros de México.
En lo más álgido de la expansión global del imperialismo, los trasnacionales capitales ingleses, holandeses y norteamericanos, se sentían imbatibles. Y realmente lo fueron; hasta aquel año, marchaban invictos, en múltiples intentos de ceses productivos en sus modernas refinerías.
Récord impecable, el de los opulentos financieros del energético de moda.
Los trabajadores, lanzaron la moneda al aire, el 22 de marzo con la declaratoria de huelga.
Sarcásticamente, sonrieron, Edward Doheny –propietario de la Petroleum Company–, John D. Rockefeller –dueño de la Standard Oil Co. Inc.– y los socios herederos de Weetman Pearson – accionistas de El Águila–; eran los dueños de los hidrocarburos del país, hasta ese momento. Los jornaleros, encabezados por Serapio Venegas, Gregorio Turrubiates e Ignacio Gamberos, sin achicarse, les regresaron una mirada retadora.
El águila y el sol, estuvieron flotando sobre huracanados vientos y furiosas tempestades, por 117 trepidantes días.
Encima del tapete verde, a la par del desafío, rodaron intereses nacionales e internacionales.
Como toda lucha económica e ideológica, no faltaron intrigas y conjuras tanto del capital como de la fuerza de trabajo –de diversas filiaciones políticas–. Ésta es su historia.
Las compañías petroleras de México, de la cual formaba parte El Águila, en los años 20, vivían alegres momentos: apoyos fiscales, custodia policiaca-militar de sus bienes, un sindicalismo en situación inmadura organizativamente, salarios precarios y tolerancia de los gobiernos federal y estatales al incumplimiento del artículo 123 de la Constitución que, sin reglamentar, era violentado cotidianamente. Es justo en el momento más almibarado, para los capitalistas de los hidrocarburos, cuando uno de sus más conspicuos socios, sintió los embates de un sindicalismo en emergencia; se había roto la burbuja proteccionista –otorgada desde el porfiriato– para los jubilosos jeques americanos y europeos en el México posrevolucionario: la Compañía Mexicana de Petróleo El Águila, experimentó días amargos y angustiosos con el estallamiento del paro de actividades decretado por mil 200 obreros en su refinería de Doña Cecilia, Tamaulipas, en la primavera de 1924…

(Fragmento del libro La Huelga de El Águila. A 100 años, este 17 de julio, de la victoria proletaria más relevante en la historia del proletariado mexicano).

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