Por Raúl S. Llamas
Ciudad de México.- Eran finales de la década de los sesenta, principios de los setenta. Mi papá, Polo, tenía su negocio de artículos para gas en Luis Moya y Ayuntamiento, en el mero centro de la Ciudad de México.
Se trataba de Servicio y Refacciones de Estufa. El teléfono: 513-22-16. En ese tiempo, con mi papá siempre estaban mi primo Alfredo Aguirre Llamas y Luis Canchola, el ayudante eterno quien acompañó a mi papá hasta el último día de su vida.
A veces Canchola, a veces mi papá, cada mañana, regaban agua frente al establecimiento. Le prendían una veladora a San Martín Caballero y ponían un vaso con alfalfa fresca.
Muy frecuentemente a la “tienda”, como comúnmente la denominaba mí familia, llegaban: mi primo Arturo Aguirre, montado en su impresionante moto, su hermano Raúl Aguirre, quien vivía a menos de dos cuadras del lugar. Mi prima Leticia Cabrera, siempre acompañada por su mamá Meche.
Frente a la tienda, estaba el expendio de boletos para el Estadio Azteca, donde se hicieron largas filas en el Mundial 70. La cantina La Castellana, y sus opíparas botanas. De un lado, el establecimiento de material eléctrico de Raúl Suarez y su papá don Antonio. Un poco más allá, Cárdenas, joven dedicado a componer vetustas máquinas de escribir.
A media cuadra, sobre Ayuntamiento, la primerísima radiodifusora: XEW, “La Voz de la América Latina desde México”, el café La Esperanza. En contra esquina, el estudio de Don Raúl Herrera, “El fotógrafo de las Estrellas”… pero a un costado, justo a un lado del negocio, se erguía como un majestuoso monumento a la tertulia matutina, con su seductor aroma que no dejaba de emanar durante el día, el Café San José.
Hasta donde tengo memoria, el propietario de aquel concurrido lugar era un asturiano quien lo vendió décadas más tarde. Una pasarela de conocida gente y famosos artistas se daban cita en aquellos años, antes o después de visitar la XEW.
No exagero, en esa esquina de Luis Moya y Ayuntamiento, en las mesas del San José, pude ver y conocer a personajes tan asiduos como mi querido “Tío Gamboin”, el siempre amable luchador Rene Guajardo, el medalla de oro Felipe “El Tibio” Muñoz; periodistas de la talla de Jacobo Zabludovsky; locutores como Paco Malgesto, Pepé Ruiz Vélez; cómicos como Viruta y Capulina, el Panzón Panzeco, Cantinflas; cantantes como Alejandro Algara, Johnny Dínamo, El Gran Feyove, entre muchos otros contertulios del lugar.
Mi papá contaba incluso que algunas veces en ese café se habían reunido, durante su estancia en México, el propio Fidel Castro con su hermano Raúl y Ernesto “Che” Guevara, antes de embarcar el Granma e iniciar su odisea hacia Cuba.
Lógico decir, cada mañana a las 10:00 en punto y a las 17:00 horas, ahí también se reunían los comerciantes del lugar, entre ellos mi papá. Recuerdo muy claro a Mario Paladino, a don Elías Ruede, a los hermanos, muy veracruzanos ellos, Rafael y Jacobo cuyos apellidos no me vienen a la memoria.
A veces, los acompañaba un hombre delgado de origen español, falto de una pierna, pero que aún con muletas caminaba muy erguido, que me impactaba con sus historias sobre la Guerra Civil Española y a quien sólo recuerdo por el nombre de Manolete.
Luchita cada mañana les servía el café a mi papá y a sus amigos con quienes “componía el mundo”. Después del ritual cafetero, sorteaban la cuenta en una especie de lotería de números que sólo pude comprender años después.
El Café San José, tenía su máquina FAEMA, de la cual se fabricaron 50 en el mundo y de esas, dos estaban en México: la del San José y la del café La Parroquia, en Veracruz.
Recuerdo claramente aquel octubre de 1968; sobre la calle de Luis Moya venía una acalorada manifestación de jóvenes con rumbo a la Alameda Central. De pronto, varios camiones de granaderos llegaron por Ayuntamiento para cerrar el paso al contingente. Las cortinas de los comercios empezaron a bajar. Comenzó la corredera, las puertas del San José se cerraron. Algunos muchachos se escondieron tras el mostrador de la tienda. Todo fue muy rápido…
Muchos años de recuerdos, de café, de enchiladas verdes y banderillas en el San José. Cada vez, cuando con mis hijos Dan y Raúl paso por el lugar, les cuento estas historias las cuales seguro ya se saben de memoria.
Hoy en día, el San José cerró sus puertas definitivamente. Ya no más tertulias matutinas, ya no más pasarela de famosos. Sólo un recuerdo más de los años que se fueron.