Sublimación
Admiro a las personas sublimadas. De veras que las admiro. Sinceramente.
Al menos tres de mis cuates han alcanzado ese grado de satisfacción personal, ese Nirvana que los hace ser personas muy felices. Siempre se les ve sonrientes y de buen humor.
Renato Sandoval, quien ha encontrado en las enseñanzas de Pablo Cohelo y en su religión los motivos para ayudar al prójimo sin esperar nada a cambio. Durante esta contingencia sanitaria se ha dedicado a llevar ayuda a mucha gente necesitada, apoyado en otras personas altruistas.
Hugo Reyna, un compañero periodista muy apreciado, hijo de mi amigo y maestro Gilberto M. Reyna, de grata memoria. Siendo titular de un programa radiofónico en GAPE, encontró su vocación de servicio, y durante más de seis años ha realizado actividades de apoyo a los que menos tienen.
Julio Martínez, líder de colonia, gran apoyo para personas enfermas o familiares que llegan al hospital General de Reynosa. Es de esas personas que se quitan un bocado de la boca para darlo a los hambrientos.
Y me quedo corto al nombrar solamente a tres, porque conozco más igualmente benevolentes para con los otros.
Por desgracia, la sublimación también tiene su lado obscuro.
Pongamos un ejemplo que puede pasar en cualquier parte de nuestra amada Patria: En una barriada, un chico de apenas diez años vive un infierno, pues sus padres riñen constantemente. La pobreza extrema, las enfermedades, el hambre y la violencia son cosa de todos los días. No puede ir a la escuela porque no tiene para comprar los libros, ropa ni alimentos. Rodeado por varios o muchos hermanos, se ven negros nubarrones en su futuro.
Observador y curioso como todo niño, ve al narquillo del barrio con un auto de reciente modelo, deportivo; joyas en las manos, buena ropa y rodeado de atractivas mujeres.
Con esa imagen crece en un ambiente altamente criminógeno.
¿Qué pasará por la mente de ese chaval, que nunca ha tenido nada y ve sufrir a su familia?
Lo más seguro es que buscará la forma de integrarse al grupo delictivo para llegar a ser como aquel delincuente, único modelo a seguir.
Ya dentro de la organización, se le inculca y adoctrina para hacerlo creer que forma parte de algo trascendente, donde el culto a la personalidad del líder y al dinero son la constante.
De esa forma, alcanza una calidad de sublimación muy diferente a la de mis amigos, los filántropos, y se va, por así decirlo, por el “lado oscuro de La Fuerza”, como dice Obi-wan Kenobi en “La Guerra de las Galaxias” (Star Wars, por su título en inglés, Estrenada en 1977. Dirigida por George Lucas. Reparto: Mark Hamill (Luke Skywalker), Carrie Fisher (Lea Organa), Harrison Ford (Han Solo), Alec Guinnes (Obi-Wan Kenobi), Peter Mayh (Chewbacca), Anthony Daniels (C-3PO) y David Prowse (Darth Vader).
Veo que todos los que están metidos en el tema de la delincuencia organizada, desde el puntero y el maruchero, hasta el capo de capos, están sublimados, porque piensan que forman parte de algo especial, de una organización que tiene justificantes, a pesar de que sus resultados son sanguinarios y aterradores.
Por desgracia para ese joven de barrio pobre, ya cuando se da cuenta de la realidad, no puede salir de la ratonera. Ha quedado atrapado en el lado obscuro y ya no han nada por hacer.
La diferencia entre ambos tipos de sublimación es más que clara: Mientras los que alcanzan el lado luminoso viven tranquilos, sonrientes y felices, los que se van por el camino equivocado de la delincuencia viven estresados, temerosos de cometer cualquier error, porque lo pagarán con su propia vida.
Por eso, aquí termino mi colaboración de hoy con la frase estilo Pegaso, inspirada en el maestro Yoda: “A efecto de no decaer en el costado opaco, poseer demasiados embriones de ave has”. (Para no caer en el lado oscuro, tener muchos huevos debes).