AL VUELO/ Por Pegaso

Opinión

Caguamas

Luego de ser un honorable catedrático en prestigiada universidad de los Estados Unidos, Ricardo Canaya se convirtió de la noche en la mañana en “Lord Caguamas”, o simplemente, “El Caguamas”. 

Es conocido por haber sido el candidato del PUN a la Presidencia de la República en el 2018 y porque en un debate el hoy Pejidente de la República le dijo “Ricky Rickín Canayín”. 

Como ya lo adivinaron mis dos o tres lectores, se trata del “Joven Tarabilla”, Ricardo Canaya, quien, en su activismo político actual, da bandazos sin ton ni son, cae, resbala, se vuelve a levantar y vuelve a caer. 

En uno de los últimos spots políticos que se proyectaron en la televisión a nivel nacional, el “Chiken Little” dice a boca de jarro: “Es un poco como el compadre que gana dos mil pesos a la semana y en lugar de pagar la luz, el agua, el gas, comprar la comida para la familia se los bota en caguamas”. 

Su desafortunada frase hizo brotar de inmediato al México bronco. Surgieron de repente decenas de memes en contra de Ricardo Canaya, hasta ponerlo como palo de perico. 

¿Por qué ocurrió esto? 

Pues porque, nada más ni nada menos, blasfemó contra uno de los elementos de la sagrada trinidad de los obreros mexicanos: La antena parabólica en el techo de la casa, el smarth pone de la señora y la caguama del viejón los fines de semana. 

Atentar contra el “estilo de vida mexicano” es una afrenta que se paga con sangre… bueno, con popularidad. Ya me imagino en estos momentos cómo el “Joven Tarabilla” debe estar jalándose los pocos pelos que tiene por haber metido la pata tan gacho. 

Uno de esos memes lo coloca al lado de su correligionario Felipillo Calderón, a quien le dice: “¿En serio te vas a poner así por lo que dije de las caguamas?” Y Calderón contesta: “¡No me hables, pinche traidor!”. 

¡Pues sí! ¡Porque es fama que Calderón le empina el codo con ganas! 

Echarse sus caguamas no es delito, es deleite. 

En la idiosincrasia del mexicano, ese es uno de los pocos placeres de la vida al que puede aspirar, después de terminar una semana de dura faena en la obra, en la talacha o en el jale. 

El obrero promedio raya al finalizar la semana o la quincena, generalmente el viernes, llega a su casa, le entrega parte de su sueldo a su vieja, o en caso de que aún viva en la casa paterna, a su Jechu (apócope de Jefecita Chula), y el resto se lo gasta con los cuates en la peda. 

Viernes por la noche y sábado son de juerga con los amigos. 

Se reúnen en la casa de alguno de ellos, preparan un pollito asado y se compran su infaltable caguamón, bien muerto (helado). 

Con cada bocado de pollo asado, va un trago de cerveza, un chiste pelado y una risotada. 

Esa es la vida del proletario promedio.  

Yo le diría a Ricky Rickín Canayín que no se meta con la sagrada vida del pueblo, que siga dando clases en Houston y que tenga a su familia bien guardadita allá, en Gringolandia, lejos de las corretizas, balaceras y matanzas que tienen aquí los grupos de la delincuencia organizada. 

Criticar las caguamizas es como agitar un panal de furiosas abejas. Por eso mismo le fue como en feria. 

Sea este un ejemplo para el resto de los políticos bocones que quieren dar lecciones de moral sin ponerse a pensar que la raza de bronce es tan aguantadora que incluso se la puede pasar con unos cuantos varos al día sin hacer gestos. 

¡Ahhh! Pero los fines de semana la caguama, la carnita asada y los cuates son sagrados. 

Viene el refrán estilo Pegaso: “En silencio luces más prolijo”. (Calladito te ves más bonito).

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