Tampico: las estatuas que faltan
La Plaza de Armas de Tampico, Tamaulipas, tiene en bronce a dos de sus inmortales: Pepito Terrestre –un gigantón de 2.30 metros– y a Mauricio Garcés, galán de galanes del cine mexicano. Uno, representa el homenaje de la sociedad porteña a un hombre que por su peculiaridad físico encarnó a uno de los gremios que más dinamismo económico le imprimió a la ciudad: los terrestres, los alijadores, los cargadores; otro, es el reflejo de la diversa como eterna etnicidad porteña y a la vez, un reconocimiento a la galanura y a la gallardía de los miembros de la comunidad árabe.
Reconocimientos sociales, de alto empaque.
Pepito, porque a puro pulmón subió y bajó de los barcos trasatlánticos, toneladas de cotizadas mercancías con rumbo a los ávidos mercados de aquende y allende el océano. Mauricio, por sus envidiables aventuras fílmicas al lado de las vedetes más esculturales que se recuerden.
Sin duda: dos titanes porteños.
Creo que la sociedad tampiqueña, y sus más conspicuos representantes, han soslayado a tres de sus mejores hijos: Roberto Cantoral, Tun Tun, –José René Ruiz– y a Rockdrigo González. El primero, autor de varias de las canciones más románticas que se recuerden en el mundo de la música; el segundo, un pequeño gigante –vivió y aprendió a disfrutar su enanismo– que incursionó en el cine al lado de los mejores actores –sin desmerecer– de comedia como Tin Tán, Resortes y otros; el tercero, precursor del Rock mexicano con canciones de insuperable vena poética.
De Cantoral, se puede decir mucho.
Sus emblemáticas canciones Reloj y El Triste, son parte del legado de los mejores compositores que han pasado por los escenarios mexicanos y de otros muchos países. Sus temas, pueden competir contra cualquier otro que se le ponga enfrente; llegó a la altura, de José Alfredo, Agustín Lara, Ricardo Palmerín, Manzanero, Álvaro Carrillo y Consuelo Velázquez.
¿Y su estatua?
Hace falta.
El puerto, se ve incompleto sin ella.
Tun Tun, compartió reflectores con lo mejor de los actores de comedia. Sorprendió a los cinéfilos, por sus espectaculares dotes y giros de bailarín. Siempre rodeado de mujeres hermosas, en los filmes y en la vida real, deslumbraba en las pistas de baile de los antros y burdeles de la ciudad de México.
¿Y su estatua, dónde está?
Rockdrigo, no requiere presentación.
Es inobjetablemente, dueño de una rebelde inspiración que lo ubica como uno de los grandes de Rockatitlán.
¿Y dónde quedó su bronce?
Alguien debe poner orden.
El Puerto, necesita la presencia de la nostálgica historia de bronce; para aquellos quienes no los conocieron, en el futuro se les aparezcan y les digan con sus mudos destellos –en este caso–, que el tiempo pasado fue mejor.
Sin las figuras de Cantoral, Tun Tun y Rockdrigo, Tampico será una ciudad como la Venus de Milo: mocha, con una mirada triste y perdida en la infinitud del mar y sus ondulantes como silentes olas…