Pozole
Andábamos mi Pegasita y yo allá, por el bulevar Las Fuentes, porque se nos antojó anoche un rico pozole de los que hacen en la cenaduría Tampico.
Hasta allá nos trasladamos para probar esa delicia culinaria, herencia de México para el mundo, un verdadero bucatto di cardinale y toda una fiesta para las papilas gustativas.
Nos sentamos a la mesa, vimos la carta y pedimos el pozole grande, con una rica y fresca horchata, para mitigar el calorón bárbaro de la canícula norestense.
El mesero nos atendió de manera amable y gentil, no como acostumbran la mayoría de su especie, con cara de perro chato y modales de carretonero.
Hay un chascarrillo muy bueno relacionado con los meseros. Si lo va a contar a sus amigos en alguna tertulia o plática de café, hágalo con la cara seria y lánceles la siguiente pregunta: “¿Saben ustedes por qué nunca hay que hacer enojar a un mesero?” Seguramente sus cuates pondrán cara de ignorancia y confesarán que no saben por qué nunca hay que hacer enojar a un mesero.
Entonces usted, repentinamente, les suelta la respuesta: “¡Pues porque nunca puedes saber con qué ha meneado el caldo!” Acto seguido, suelte una estentórea carcajada y llévese las manos al abdomen mientras contorsiona su cuerpo al disfrutar de tan soez broma.
Pero bueno. Momentos después, el diligente camarero llegó con el suculento platillo, todo tapado con plástico, como una forma de prevenir contagios de coronavirus.
Ansiosos por probar aquella delicia culinaria, mi Pegasita y yo procedimos a vaciar en el cuenco la cebollita picada y la lechuga que también nos trajo el maitre en un platito.
No podían faltar los limones cortados en mitades para darle un sabor mexicano más auténtico, y su chile rojo en hojuelas para añadir el grado de picor que desee cada comensal.
Yo suelo agregarle a mi pozole o a mi menudo una ingente cantidad de limón, para eliminar una parte de la grasa que normalmente traen estas preparaciones.
Mi amigo, el finado Carlos Ibarra, solía decirme, cuando veía que exprimía un limón tras otro en el menudo que sirven los viernes y sábados en el Tips: “Que, ¿vas a comerte un menudo o una limonada?”
Ya con nuestro pozole en la mesa listo, con todos sus ingredientes y su horchata a un lado, nos dispusimos a probar aquel manjar de dioses.
A continuación, una receta para hacer el auténtico pozole mexicano:
Prepare todos los ingredientes, que generalmente son: agua, carne de puerco cortada en cubos, maíz pozolero, cebolla cortada en cuatro partes, ajo de dientes grandes y sal al gusto. Para la salsa, chiles anchos, sin semillas y desvenados, chiles guajillos, ajo, cebolla, aceite, orégano y sal al gusto.
Para la guarnición, lechuga finamente picada, cebolla blanca picada, rábanos picados, chile piquín molido, orégano al gusto y limones.
Una vez que tenga todo listo, ponga a cocer en una olla mediana el maíz, junto con el ajo, la cebolla, la carne y la sal, hasta que estén bien cocidos.
En otro recipiente más pequeño, suavizar los chiles en agua caliente por cinco minutos, molerlos en licuadora con un poco de agua de la cocción. Agregar a la olla donde está la carne y dejar hervir.
Corregir la sazón y ¡listo!
Servir con la guarnición en un plato hondo, preferentemente de barro, con su agua de horchata o de tamarindo bien helada.
¡Bon appétit!
Viene el refrán estilo Pegaso: “Ingieres tus alimentos de manera similar a como lo hace el cuadrúpedo artiodáctilo denominado Sus strofa domestica”. (Tragas como puerco).