EL CUARTO OSCURO/ Por Rigoberto Hernández Guevara

Opinión

Un nocaut pactado

Sí. Yo pensaba que iba ganando en el round número seis de mi vida. Todos los datos que llegaban a mi cerebro, ahora que salía al séptimo episodio, indicaban que iba ganando la pelea. “Vas perdiendo cabrón”, me habían dicho en la esquina.

Y lo que es uno de bruto cuando le han dado de golpes, yo pensaba que iba ganando, y con mucho, el combate. No me conformaba con poco, en verdad pensaba que le estaba poniendo una paliza a mi rival y que luego festejaría con la banda para decir a quien quisiera escuchar que le había ganado caminado al vato.

Es un ring sencillo de modo que no me están viendo en la tele. Me subí al encordado por necesidad como se hacen algunas cosas que no se quieren. Y yo no quiero pegarle a nadie, aunque haya quien me pegue. No quiero que me peguen pues ya me han pegado y duele. Me han tumbado y he caído de bruces a la lona.

De lejos uno ve los combates e influenciado por el afecto le va a uno de ellos. Le pide que tire un volado de izquierda y no puede. No se sabe nada de él en ese momento. El pobre individuo está por caer, pero has visto los tres golpes que tiró y no los quinientos que le dieron. Le dices que no se abrace, pero él ahora quiere decir al contrincante que ya no lo golpee, que lo quiere mucho, pero el otro anda ocupado golpeándolo en el rostro, en la panza, en el techo de la casa. Siente que ama la lona y la mira con mucho cariño.

Así estaba yo. No había otro en mi lugar, era yo el de la cuerda floja, el del lugar equivocado y la hora incorrecta, en mi sitio incómodo, con la viga en el ojo, todo eso. Y ahí estaba el otro que también había escuchado el llamado de la campana para que nos agarráramos a chingazos. Me miraba como si ya hubiera leído esto, pero el hubiera no existe y apenas escribo. El tipo me miraba en el suelo antes de tiempo.

Como esta, otras veces he ganado los combates más funestos. Gente a la cual desde antes se sabe que le va uno a ganar y me he dejado perder adrede. Uno ve los rivales de veras, a los que teme, quiere la gloria única y definitiva de los dioses. Así que me puse al alcance.

El sujeto, llamémosle aquí de cualquier manera, comenzó a golpearme sin misericordia con ambas manos y con otras que sacó a la mera hora. Yo nomás tuve este cuerpo en ese tiempo y un corazón roto, y no hacía ruido. Estaba escondido.

Quería pedir permiso para ir al baño, tenía sed y quería peinarme, que no me vieran así caer, de perdido salir bien chido en la foto, por eso antes de caer busqué a un fotógrafo entre miles de teléfonos móviles. En eso, hubiera ido a casa a descansar un rato y planear un ataque reconfortante luego de un baño y un taco de aguacate. El taco pudo ser de frijoles. Aprovecharía para ver tutoriales en el YouTube y saber cómo caer o la forma común de sonreír cuando se gana una pelea. Las he perdido todas. No recuerdo la última pelea que frustré porque corrí, como ahorita que tengo ganas de ir al baño y suena la campana y me salva.

Antes de salir, desde el primer capítulo de esta breve existencia en el cuadrilátero, no logré explicarme ninguna de las instrucciones de mi mánager. De igual manera en que otros se lo deben todo, yo no le debo ni máuser. Pero entiendo que no era a él al que le pegaron. Hizo lo que pudo según sus conocimientos, cuando usó el instinto y sus aplicaciones de youtuber fue cuando me tumbaron.

En el octavo episodio las instrucciones son muy claras, supe que fui el único que no las entendió. Quizás porque no me las dijeron a mí, le estaban hablando a otro. Yo no estaba, me estuvieron llamando a la puerta y no contesté. Traía apagado el celular sin saldo.

Los engañé de nuevo. Pero en el octavo episodio me seguían entrando los golpes, recordé el volado de izquierda que con efecto retardado me dieron como un regalo de cumpleaños, como lo había pensado. Los otros, antes de verme en el suelo con el hocico torcido, me pidieron muy atentamente y me gritaron que me levantara, al fin que no eran ellos.

No tengo ganas de seguir en el suelo. Me levanto, y al cabo de vencer a mi retador, al pudor, a las ganas de ser y de existir, brinco la barda, salgo a la calle, cierro las redes sociales y apago el foco de este espectáculo. La vida es también la percepción de los otros.

HASTA LUEGO

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