Lenguaje
Ahora que estoy cursando el Séptimo Tetramestre de la Licenciatura en Ciencias de la Comunicación, en la Universidad Tamaulipeca, me siento más que nervioso porque la siguiente asignatura que tendré será la de Inglés Técnico.
Eso quiere decir que toda la clase la vamos a llevar en inglés, sin decir una sola palabra a expresión en español, y eso resulta especialmente difícil para mí, Pegaso, que nunca he sido bueno para aprender un idioma extranjero.
Es más, incluso batallo para el español, porque hay un sinnúmero de contradicciones, lagunas, paradojas y parajodas que apenas los lingüistas las pueden colegir.
Y como yo no soy ningún lingüista, me cuesta trabajo comprender por qué en todos los actos públicos a la Alcaldesa le decía “la Presidente Municipal”, cuando es bien sabido que por usos y costumbres en la mayoría de los países se les dice “señora Presidenta” o “la Presidenta”, a las mujeres que presiden algún municipio o institución.
Y ya entrados en gastos, es semánticamente correcto nombrar, por ejemplo, a un periodista varón como “periodisto”, así como a un modista varón se le puede llamar “modisto”.
A ver, hay vaqueros y vaqueras, hay toreros y toreras, y en general, en la mayoría de las palabras se aceptan los dos géneros, masculino y femenino, cambiando solo la terminación: “o” para los varones y “a” para las féminas.
Pero, ¿por qué a los toros se les dice “toros” y a las vacas no se les dice “toras”? O aún más extraño: A los sapos se les dice “sapos”, cuando son machos, y “sapo hembra” cuando son hembras, pero, ¿por qué no decirles “sapas”? Y al contrario, ¿por qué no decirles “ranos” a las ranas macho?
Que no me salgan los lingüistas con que se oye feo, que es una cacofonía, porque hay palabras mucho más estrambóticas que esas y aún así, son reconocidas por el Diccionario de la Real Epidemia.
Y así, nos podemos alargar hasta el infinito y más allá.
Recientemente salió a la luz pública un nuevo giro del lenguaje que es impulsado por la comunidad LGBTT+ para exigir su derecho a la no discriminación. El “lenguaje inclusivo”, aún con lo bizarro que es, no deja de ser parte del español.
Y por consiguiente, al menos en el ámbito gay, empiezan a popularizarse las expresiones donde se utilizan palabras “no duales”, es decir, que no expresen de alguna manera el género. Por ejemplo, “elle” en lugar de ella o él, “amigue” en lugar de amiga o amigo, y así, sucesivamente.
Pero resulta que el inglés, en ciertos aspectos, no es tan complicado ni tan laberintoso como el español, porque allá, por regla general, no se define el género como en los países de habla hispana.
Así que para decir rana hembra o rana macho, se dice simplemente frog, para decir caballo y yegua, horse, y para decir perro y perra, se dice dog.
Existen excepciones, por ejemplo, gallo se dice rooster y gallina hen, pero en general, para toda la especie, se dice chicken.
Pero, ¿qué le vamos a hacer? A los mexicanos y a todos los hispanohablantes nos encanta meternos en peteneras y en cuestión de lenguaje no es muy diferente.
Todos los días, por ejemplo, yo termino mis colaboraciones con un refrán mexicano, donde abundan los vulgarismos y los términos usados por el populacho, pero también agrego el equivalente en un lenguaje más culto. Y aunque significan lo mismo, la gran diferencia que a veces existe entre una y otra frases provoca hilaridad entre quienes gustan del humor y la ironía fina.
Por cierto, aquí está el refrán en comento, que se enuncia más o menos así: “A expresiones orales estultas, sistemas auditivos insensibles a las vibraciones sonoras”. (A palabras necias, oídos sordos).