Cubanización
A partir de hoy, abogaré por que México adopte un sistema de gobierno socialista. Que se cubanice.
¿Para qué?-se preguntarán mis dos o tres lectores.
¡Pues simple! Porque una vez que el Gobierno nos empiece a racionar los alimentos, a decirnos lo que debemos comprar, lo que debemos comer, lo que debemos ver en la televisión o en el periódico; cuando nos quite el Internet y las “benditas redes sociales”, cuando, en fin, seamos otra Cuba u otra Venezuela, tendremos el motivo suficiente para que Estados Unidos nos de asilo político y así, ¡podremos alcanzar el sueño americano”
Es bien sabido que después de la Revolución Cubana la población brincaba de gusto porque había entrado Fidel Castro a la Habana con un nutrido ejército de rebeldes, para arrebatarle el poder al corruptísimo y agringado Fulgencio Batista.
Antes de la Revolución, la Habana era una especie de Las Vegas, había casinos, majestuosos hoteles y restaurantes, y una vida nocturna de fábula.
Ahí llegaban las más fulgurantes estrellas y personajes del momento, incluyendo al gángster más famoso de todos los tiempos: Al Capone.
Había una gran bonanza en la isla, pero como todo exceso es malo, la escandalosa riqueza de unos y la apabullante pobreza de otros, provocó el surgimiento de guerrillas que poco a poco se organizaron.
La Habana, que en la década de los cincuenta era la ciudad más hermosa de América Latina, pronto se convirtió en un triste remedo de lo que fue.
Tal vez la primera generación aguantó los rigores impuestos por el grupo de Fidel durante los primeros años, pero las siguientes ya no lo pudieron soportar, y se echaron a la mar en balsas de fabricación casera, rumbo a la península de Florida.
Los llamaron “los balseros”.
Hoy en día, Miami es prácticamente la nueva Habana. La gran mayoría de sus habitantes son originarios de esa isla, gracias a políticas implementadas por los gringos, como la de “Pies Descalzos”, donde cualquier cubano que llegue a una costa de los Estados Unidos, con solo pisar tierra, tiene derecho a que se le considere como un asilado político.
Hace unos dos años, cuando Reynosa estaba inundada de cubanos, un montón de ellos se apostaron en las inmediaciones del puente Reynosa-Hidalgo, cerca de la línea divisoria.
Se colocaron como quien va a iniciar una carrera. A unos metros, en territorio gringo, los guardias migratorios y de la CBP, mantenían estrecha vigilancia.
De pronto, y sin que nadie se lo esperara, aprovechando la distracción de los policías, un negro bembón se arrancó a correr hacia las casetas de cobro de peaje y, ni modo, tuvieron que llevarlo a las oficinas para iniciar con el trámite de asilo, como dice la ley.
Así, pues, yo estoy a favor de que este Gobierno nuestro lleve a México al socialismo.
Yo ya estoy preparando mis tiliches, desde ahora, para irme al puente a presentar mis documentos de exiliado político.
Suerte y a la vuelta de algunos años el Gobierno me dé mi “Green Card” de residente permanente, mi número de seguro social y los cupones para surtir mi despensa.
Sentiré lástima por los que se quedan en México, porque en un lapso de veinte o treinta años, todavía traerán sus carros viejitos modelo 2010 a 2020, porque los gringos habrán impuesto el bloqueo comercial y ya no podrán comprar vehículos extranjeros.
Y yo, dándome la gran vida, recorriendo las carreteras en mi moto Harley Davidson con mi Pegasita o jugando golf con los cuates.
Viene el refrán estilo Pegaso: “¡Objeto de mayor dimensión, individuo elegante!” (¡Cosa má’ grande, caballero!)