Picateclas
Ahora que se celebró el Día del Periodista, me doy cuenta que ya me estoy haciendo viejo en este asunto de la tecleada.
Parece que fue ayer. Después de recibir el certificado de fin de estudios en el CBTIS que me acredita como Laboratorista Clínico, allá, por el mes de junio de 1982, iba pateando un bote por la calle Matamoros, cuando volteé hacia arriba y vi el logotipo del periódico La Prensa de Reynosa.
Y como siempre me gustó escribir, pues entré a pedir chamba.
Me recibió la siempre amable y sonriente licenciada Edith Cantú De Luna, quien era la Administradora, y me dijo que subiera con la Gerente, Silvia Carranza.
Doña Silvia me tomó datos y me dijo que a partir del día siguiente me esperaba para empezar a trabajar.
Muy temprano me presenté y me asignaron al Departamento de Circulación, donde estuve por espacio de un año.
Corría el mes de agosto o septiembre de 1983, cuando me topé en el pasillo de la Redacción con el Director General, Fernando J. De Luna Leal y le pedí la oportunidad de escribir.
Empecé, como todo escritor bisoño, con muchos tumbos, aunque eso sí, con buena ortografía, porque desde que era Pegaso chaval se me da mucho eso de las letras.
Pronto me enviaron a Río Bravo para foguearme con el corresponsal, Lupe Ernesto, y después iba a reportear a la Ribereña acompañado por Rogelio De Luna, primo del Director.
En 1984, cuando se vino el problema de los “peseros” donde, por un lado, Reynaldo Garza Cantú (fallecido), Secretario General de la Federación de Trabajadores de Reynosa (FTR) y Heriberto Deándar Martínez, Director del periódico El Mañana, andaban agarrados del chongo por el control del transporte colectivo.
Fernando De Luna vendió La Prensa a Reynaldo Garza y con la lana que le dio, nos fuimos a fundar otro periódico, cuyo edificio está situado por la calle Chihuahua, de la colonia Rodríguez: El Valle del Norte.
Para esa época, ya andaba yo reporteando en las fuentes. En los ratos libres solía ir al Café La Capilla, ubicado frente a la plaza Miguel Hidalgo, donde ahora está un estacionamiento. Ahí se reunía la crema y la nata del periodismo local: Gilberto M. Reyna (fallecido), Benjamín Tamez (fallecido) y muchos otros viejos picateclas, con quienes hice entrañable amistad.
Todo eso me vino a la mente la mañana de este martes, cuando fui invitado por mis buenos amigos Silvia Aguilera, “Trampanino”, “El Chácharas” y Hugo Reyna, hijo de mi cuate Gilberto M. Reyna, en el programa “La Cosquilla de la Raza”.
Estuvimos poco rato, pero pudimos charlar sobre algunos temas harto interesantes. Además, tuve la ocasión de manifestar mi orgullo de ser periodista, y de paso, recomendar a los jóvenes que están estudiando comunicación y que quieren llegar a integrarse a este maravilloso mundo de las letras y las imágenes, a que no se rindan en su propósito.
A final de cuentas, quienes nos dedicamos a esto lo traemos en la sangre y difícilmente pudimos haber escogido otra profesión tan enriquecedora como esta.
Ahora, con el auge de las redes sociales, todo mundo parece que se ha convertido en periodista, porque con poco esfuerzo puede difundir algún hecho destacado que pronto se convierte en noticia viral.
Sin embargo, ser periodista es algo más que ser un simple influencer.
A mí me gusta más que se me catalogue como líder de opinión, porque a diferencia de los primeros, nosotros sabemos dar un tratamiento profesional a la noticia y es así como la hacemos llegar a nuestros lectores, televidentes, radioescuchas o usuarios de Internet.
Por eso, nos quedamos con el refrán estilo Pegaso: “Procede a referirme a qué individuo frecuentas y tendré elementos para definir tu naturaleza”. (Dime con quién andas y te diré quién eres).