Por Oscar Díaz Salazar
Desde la primera vez que coincidí con el entonces diputado César Augusto Verastegui Ostos, alias El Truco, me di cuenta que era un tipo muy sincero, muy directo, muy «claridoso», como gustan llamarse a sí mismos los individuos que se permiten ser críticos con los demás, pero que no aceptan ser criticados.
El Truco llegó al sitio donde almorzaba con el diputado Raúl Garcia Vivian y no tardó mucho en llamarme «gordito», en decirme, sin pedirle opinión, que el desayuno que yo estaba disfrutando,-huevos rancheros-, a él le causaba asco, y a confesarme que él no quería a los periodistas, tan pronto como se enteró que yo escribía una columna de temas políticos. En esa ocasión, recuerdo que yo agregué: «a mí también me caen gordo los periodistas», para mostrar que no me afectaba su opinión.
Guardo muy gratos recuerdos de ese tiempo en que trabaje como asesor del diputado Raul García Vivian, porque no sólo era mi jefe, era mi amigo y ese trato me dispensaba en todo momento. A la distancia me doy cuenta que El Truco sentía celos del trato que recibía del diputado Vivian, a quien el Truco procuraba. El segundo día volvió a «alcanzarlos» en el sitio donde almorzábamos y repasábamos los temas pendientes. Verastegui reincidió en el trato un tanto despectivo y en llamarme «Gordito», hasta que le dije: «no entiendo porque me llamas gordito si estás igual de tripón que yo». Ahí intervino el ingeniero Vivian para decirle: ándale Truco, no estés chingando, Oscar no sólo trabaja conmigo, también es mi amigo, y si te llevas te aguantas.
Con el tiempo me platicó de algunas de sus experiencías con periodistas, que justifican esa opinión que tenía (tal vez aún la tenga) de los comunicadores.
Aunque las puyas verbales siempre estuvieron presentes en las ocasiones en que nos vimos, que fueron bastantes, con el tiempo entendí al Truco Verastegui e incluso llegó a resultarme simpático. No se me olvida que en una ocasión me reclamó porque yo no cooperaba con el desayuno (comida, café, cine, teatro, birongas, guisquis , etc.) El Truco no sabia los detalles de los acuerdos que teníamos el ingeniero Vivian y yo. No sabía, no tenía por qué saber, ni nos interesaba que supiera que si coincidimos en comidas, festejos, desayunos etc., fue porque mi jefe el diputado me invitó y había pasado o enviado por mí, a mi hotel o a la Cámara.
En una ocasión escribí una columna sobre El Truco. Se me ocurrió a partir de un reclamo que le hizo a García Vivian porque no lo había acompañado en esa semana. El Ingeniero Vivian se dedicó esa semana, cercana a la Navidad, a seleccionar los regalos para su familia y para algunas amistades. El Truco le dijo a Vivian que era muy complicado y que sus regalos navideños los había adquirido todos en una tarde, a lo que Raúl García contestó: tú no batallas Truco, a tus amigos les regalas puras caguamas.
Con esa anécdota como argumento principal, escribí una columna en la que reconocía que César Verastegui conectaba bien con la raza, que era pueblo, que consideraba un elogio cuando decían que El Truco parecía priista, porque tenía las mejores cualidades de los priistas, que no se olvidaban del pueblo.
Al siguiente día de publicar esa columna, tuve la oportunidad de ver sus efectos en el Truco, que a partir de ese momento se volvió mi Truco de oro, o más bien bien al revés, yo me convertí en el Oscar de oro, pues El Truco no encontraba la forma de mostrar su agradecimiento. Esa tarde compartí la mesa con una decena de tamaulipecos, diputados federales y dos o tres invitados. ¿Ya probaste la ensalada, Oscar? ¿Te pasó la salsa? ¿Te sirvo más limonada? Todo esto y más me dijo Truco en el tono más amigable que le he escuchado.
Ahí me di cuenta que El Truco se hizo a chingadazos, que está habituado a la confrontación, que es rijoso, que no se arredra ante el conflicto, que no le saca la vuelta a los problemas… Pero también supe que es débil ante la lisonja, que pierde ante la adulación.
De los que le llaman mi Truco de oro se debe cuidar César Verastegui. De los yeseros, esos que a todo le dicen yeser, o yes sir. Los que le dicen (decimos) la verdad, los que le llamamos tripón, en respuesta a su atrevimiento para aludir a la apariencia de alguien, los que criticamos su actuación como servidor público y le recordamos lo que hicieron mal o dejaron de hacer, esos son más útiles y merecen respeto, con eso tenemos, respeto, en la medida y proporción que lo ofrecemos.Mi Truco de oro
Por Oscar Díaz Salazar
Desde la primera vez que coincidí con el entonces diputado César Augusto Verastegui Ostos, alias El Truco, me di cuenta que era un tipo muy sincero, muy directo, muy «claridoso», como gustan llamarse a sí mismos los individuos que se permiten ser críticos con los demás, pero que no aceptan ser criticados.
El Truco llegó al sitio donde almorzaba con el diputado Raúl Garcia Vivian y no tardó mucho en llamarme «gordito», en decirme, sin pedirle opinión, que el desayuno que yo estaba disfrutando,-huevos rancheros-, a él le causaba asco, y a confesarme que él no quería a los periodistas, tan pronto como se enteró que yo escribía una columna de temas políticos. En esa ocasión, recuerdo que yo agregué: «a mí también me caen gordo los periodistas», para mostrar que no me afectaba su opinión.
Guardo muy gratos recuerdos de ese tiempo en que trabaje como asesor del diputado Raul García Vivian, porque no sólo era mi jefe, era mi amigo y ese trato me dispensaba en todo momento. A la distancia me doy cuenta que El Truco sentía celos del trato que recibía del diputado Vivian, a quien el Truco procuraba. El segundo día volvió a «alcanzarlos» en el sitio donde almorzábamos y repasábamos los temas pendientes. Verastegui reincidió en el trato un tanto despectivo y en llamarme «Gordito», hasta que le dije: «no entiendo porque me llamas gordito si estás igual de tripón que yo». Ahí intervino el ingeniero Vivian para decirle: ándale Truco, no estés chingando, Oscar no sólo trabaja conmigo, también es mi amigo, y si te llevas te aguantas.
Con el tiempo me platicó de algunas de sus experiencías con periodistas, que justifican esa opinión que tenía (tal vez aún la tenga) de los comunicadores.
Aunque las puyas verbales siempre estuvieron presentes en las ocasiones en que nos vimos, que fueron bastantes, con el tiempo entendí al Truco Verastegui e incluso llegó a resultarme simpático. No se me olvida que en una ocasión me reclamó porque yo no cooperaba con el desayuno (comida, café, cine, teatro, birongas, guisquis , etc.) El Truco no sabia los detalles de los acuerdos que teníamos el ingeniero Vivian y yo. No sabía, no tenía por qué saber, ni nos interesaba que supiera que si coincidimos en comidas, festejos, desayunos etc., fue porque mi jefe el diputado me invitó y había pasado o enviado por mí, a mi hotel o a la Cámara.
En una ocasión escribí una columna sobre El Truco. Se me ocurrió a partir de un reclamo que le hizo a García Vivian porque no lo había acompañado en esa semana. El Ingeniero Vivian se dedicó esa semana, cercana a la Navidad, a seleccionar los regalos para su familia y para algunas amistades. El Truco le dijo a Vivian que era muy complicado y que sus regalos navideños los había adquirido todos en una tarde, a lo que Raúl García contestó: tú no batallas Truco, a tus amigos les regalas puras caguamas.
Con esa anécdota como argumento principal, escribí una columna en la que reconocía que César Verastegui conectaba bien con la raza, que era pueblo, que consideraba un elogio cuando decían que El Truco parecía priista, porque tenía las mejores cualidades de los priistas, que no se olvidaban del pueblo.
Al siguiente día de publicar esa columna, tuve la oportunidad de ver sus efectos en el Truco, que a partir de ese momento se volvió mi Truco de oro, o más bien bien al revés, yo me convertí en el Oscar de oro, pues El Truco no encontraba la forma de mostrar su agradecimiento. Esa tarde compartí la mesa con una decena de tamaulipecos, diputados federales y dos o tres invitados. ¿Ya probaste la ensalada, Oscar? ¿Te pasó la salsa? ¿Te sirvo más limonada? Todo esto y más me dijo Truco en el tono más amigable que le he escuchado.
Ahí me di cuenta que El Truco se hizo a chingadazos, que está habituado a la confrontación, que es rijoso, que no se arredra ante el conflicto, que no le saca la vuelta a los problemas… Pero también supe que es débil ante la lisonja, que pierde ante la adulación.
De los que le llaman mi Truco de oro se debe cuidar César Verastegui. De los yeseros, esos que a todo le dicen yeser, o yes sir. Los que le dicen (decimos) la verdad, los que le llamamos tripón, en respuesta a su atrevimiento para aludir a la apariencia de alguien, los que criticamos su actuación como servidor público y le recordamos lo que hicieron mal o dejaron de hacer, esos son más útiles y merecen respeto, con eso tenemos, respeto, en la medida y proporción que lo ofrecemos.