Por René Mondragón
DESMENUZANDO
Mi querido Chucho Silva-Herzog Márquez en su espacio publicado por Latinus, acaba de hacer un magistral desglose de lo que significa un escándalo en la vida política nacional.
El escritor e investigador formula el siguiente planteamiento: El escándalo surge, aparece furtivo, detona reacciones y sorpresas; pero el escándalo empieza a mutar –como si fuera coronavirus- y entonces, impacta en varias direcciones, de donde pueden surgir nuevas versiones del propio escándalo que, al explotar, amén de llamar mayormente la atención del entorno local o ampliado, hace más complicada su justificación o, incluso, su desaparición del escenario político.
REACCIÓN EN CADENA
Los mexicanos todos, hemos visto el desenvolvimiento y la ola expansiva provocada por el escándalo en el que se ve envuelto José Ramón, el hijo del presidente López Obrador.
Sus excesos le ganaron los reflectores, porque ante el lujo y las bondades del odioso capitalismo que genera un montón de pobres –causa sustantiva de la narrativa presidencial- y que culpa a los perversos fifís, neoliberales o pirrurris conservadores, propiciaron la primera detonación: La sempiterna y repetitiva defensa de los pobres en el discurso presidencial, se vino abajo y eso, le costó, de acuerdo a varias firmas encuestadoras un puntaje fuerte a la baja en la popularidad del mandatario. Ese fue el primer efecto.
Al mutar, el segundo impacto lastimó la parte más sensible de un discurso que, poco a poco, pierde su penetración, y que, ahora, con el escándalo de su hijo, al mandatario se le cae el halo de protector de los pobres, porque de inicio sostuvo que “no somos iguales”, buscando establecer una contraparte ideológicamente precisa con lo que él denomina como “época neoliberal”.
Los mexicanos de a pie; esos aspiracionistas que salen a trabajar duro para regresar con algo que entregar a los que le esperan en casa, cayeron –por fin se dieron cuenta- de una lapidaria expresión que constituyó un gancho al hígado y una “huracarrana”: Todos son iguales. No se ve por ninguna parte la tan cacareada diferencia. Todos se enriquecen al llegar al cargo y se crea la cultura que Denisse Dresser llama “el capitalismo de cuotas y de cuates” Este golpe fue demoledor. Y no hubo nadie que aconsejara al presidente, que se ha quedado solo porque no escucha a nadie y su palabra es el bastón de mando para un gabinete que, como dice Silva-Herzog Márquez no le sirve más allá de lo que sirve un florero.
Un impacto en expansiva surgió en el Congreso, en el momento en que la mayoría del movimiento del que es propietario el presidente, no encontró la forma de defender lo indefendible porque es ilegal y va en contra del estado de derecho, justo cuando el presidente le pide al INAI –cuya parte fundamental de su existencia es también la defensa de los datos y la información privada- que viole la ley y exhiba la condición económica de Loret de Mola.
Para propios y extraños, el mandatario pide a un órgano del estado, que viole la norma jurídica, después de que él mismo en el cadalso matutino, con datos falsos y faltas de ortografía, puso en serio riesgo la seguridad del periodista y de su familia. De nuevo: el presidente no tiene quien lo asesore en el mismo hoyo solitario que el mandatario se construyó.
EL NUEVO FRENTE
Ahora, el escándalo escala un peldaño más y más grave: Los asesinatos de periodistas, la indiferencia de la autoridad federal y la estulticia, lograron unir al gremio en su propia defensa.
Nuestros compañeros reporteros protestaron bajo el mismo tenor y el mismo grito que parafrasea las proclamas de las feminazis y los radicales de izquierda: “¡Nos queremos vivos!” corearon los profesionales de la comunicación; y para que no hubiera dudas, le dieron la espalda a la mesa directiva de legisladores.
SUGERENCIA
Como comenta el maestro Pedro Camacho, bastaría con que los jefes de información se solidaricen con sus reporteros, para pedirles que asistan a las mañaneras, pero que no pregunten… que se queden callados.