De Primera…La Dama de la Noticia/ Por Arabela García

Opinión
  • LA VIDA MODERNA Y SU PROPIA BARBARIE
  • LA BARBARIE POLITICA

Es un error hablar de la barbarie como un síntoma de otras épocas. La vida moderna tiene su propia barbarie y está a menudo dirigida contra quienes consideramos diferentes.

Todas las revoluciones exageran, y la revolución de la modernidad no fue una excepción. Se volvió una de las creencias centrales de la vida moderna que las discontinuidades entre pasado y presente excederían por mucho las continuidades. Durante algunos de los momentos convulsos de la época moderna se llegó a pensar que la discontinuidad sería completa (un sueño de novedad perfecta donde se cortaría y olvidaría todo vínculo con lo antiguo).

La gente se convenció de la obsolescencia del pasado. La vanguardia le debe tanto a esta ficción como se lo debe el totalitarismo en la política. La naturaleza humana, diría Virginia Woolf, cambió en febrero de 1910. La revolución digital ha revivido esta euforia radical y repetido el error. Ahora se dice que la naturaleza humana cambió en 2010, o por ahí, y que se acerca una verdadera transformación utópica.

Se habla del siglo XXI con frenesí, como la época en la que los fracasos, los errores y las debilidades del pasado ya no habrán de ocurrir, en la que todos los asuntos humanos habrán de asentarse sobre nuevos y mejores cimientos. Aunque terminó tan solo hace dieciséis años, el siglo XX ya parece el Neolítico, o eso nos quieren hacer creer nuestros nuevos revolucionarios.

Esta falsa e impertinente suposición sobre el nuevo siglo es uno de los grandes obstáculos para comprenderlo. Cuando hoy aparecen males ancestrales, calamidades que se suponía que se habían desvanecido (como el Covid -19) hasta confundirse con los vapores del tiempo, nos quedamos desconcertados, descolocados, confundidos en nuestros pensamientos sobre ellos y paralizados para actuar en su contra.

Por ejemplo, ¿cómo es que la barbarie ha persistido en nuestra brillante era de ilustración y conectividad? Consideremos la guerra entre Rusia y Ucrania, aunque en YouTube se pueden encontrar muchos otros ejemplos de la barbarie del siglo XXI. ¿No hay una contradicción entre esas atrocidades y la fecha en que ocurrieron?

¿No hay una paradoja en el hecho de que esas imágenes me llegan a través de tu iPhone? Cuando contemplamos estas escenas experimentamos una fuerte impresión, no solo moral, lo cual es completamente apropiado, aunque muy pronto este sobrecogimiento se desvanezca ante la repetición de las imágenes, sino también una impresión histórica, como lo ocurrido en el estadio corregidora en Querétaro, durante el evento deportivo con el Atlas.

Nos explicamos las barbaridades llamándolas “medievales”. Una y otra vez, se describe al Daesh como un califato del siglo VIII en el XXI. Hallamos con- suelo en este ejercicio de periodización porque nos permite sentir que el mal en nuestro tiempo es una excepción de nuestro tiempo.

Pero la primera lección del siglo XXI resulta ser, precisamente, que el anacronismo es un mito. Todo lo que ocurre en cierta época pertenece a esa época. Todos sus esplendores y todas sus miserias son reales por igual. Y deberíamos dejar de asignar diversos grados de realidad a experiencias diferentes. O, para decirlo con otras palabras, nuestro tiempo histórico está hecho de tantas épocas como formas de vida hay en el mundo.


La situación actual es realmente compleja. La crisis sanitaria causada por el virus Covid19 es realmente grave. Como también es extraordinariamente grave la crisis económica que estamos viviendo (y que me temo vamos a vivir durante muchos años). Y para gestionar estos enormes retos que tenemos a nivel global, contamos con un nivel político realmente bajo. Con algunas excepciones, pocas, pero con un nivel general realmente deprimente. Es mi humilde opinión, espero que a nadie le moleste. También pienso que la preocupación por el bajo nivel de nuestros políticos es compartida por muchas personas. Frases como “estamos en la peor situación (sanitaria y económica) con los peores políticos” las oigo y las leo a diario.

Ahora bien, ¿cómo deberían ser los políticos? ; un político de primer nivel debería estar excelentemente formado. Espero de un político una sólida formación universitaria a ser posible con alguna formación de posgrado que ayude a redondear su curriculum formativo. También espero que tenga un buen nivel de idiomas; al menos inglés, que le permita mantener reuniones en esta lengua de forma fluida y correcta., asimismo una experiencia profesional relevante; Que entiendan la política como un servicio y no como un medio para robar; que la política es algo temporal.

“Los políticos y los pañales deben ser cambiados por frecuencia… ambos por la misma razón”.

Los sentimientos y las emociones forman parte destacada de los mimbres con los que se hace el cesto de la política. Consecuentemente, los recientes atentados de Ucrania han, desatado oleadas de dolor y desasosiego, no podían pasar sin repercusiones en el orden político. El problema es que las emociones dominantes tras el ataque han sido el miedo y la ira, como podía preverse. Hay especialistas en transformar en energía política el miedo de los ciudadanos y no hemos tardado mucho en verlos actuar.

Decir que la democracia no teme al fanatismo queda muy bien como eslogan, pero resulta absurdo ignorar que, ante sucesos como los de Ucrania, los ciudadanos reaccionan con miedo. El paso siguiente es pedir a los gobernantes que hagan algo, que tomen medidas inmediatas para poder vivir sin la angustia que provoca la amenaza indiscriminada.

Las manifestaciones de Ucranianos, y de otras ciudades, han reflejado el problema de la política en sociedades complejas: es muy fácil poner de acuerdo a casi todo el mundo a partir de enunciados de carácter muy general -todos contra el terrorismo-, pero las cosas se complican cuando descendemos al nivel de las medidas que conviene adoptar para resolver los conflictos concretos.

Ahí aparece, con toda su diversidad, la complejidad de sentimientos, pasiones e intereses que conforman el mundo que nos ha tocado vivir y de ahí surge, también, el descrédito de la política. Parecería que la política -entendida como expresión de diferentes puntos de vista, negociación y acuerdo- está de más en momentos en que lo que urge es una acción que aplaque el miedo.

Cuando la crisis económica y las incertidumbres que genera han incrementado, de forma exponencial, la sensación de zozobra que sacude a tantos ciudadanos, asesinatos como los producidos multiplican los sentimientos de inseguridad que rodean la vida cotidiana.

Aparecen entonces, de manera intensa, peligrosos brotes de miedo, desesperación y resentimiento. Muchas personas no entienden que los debates son, si cabe, más necesarios cuanto más difíciles son los problemas que hay que afrontar, para no errar con las soluciones.

Es el momento estelar para las voces que dicen hablar claro y fuerte, para los que reducen la sociedad a divisiones simplistas -los buenos y los malos, los de aquí y los de fuera, la casta y el pueblo- y para los que garantizan soluciones milagrosas que no han tenido éxito en ninguna parte. También para los que aseguran protección a cambio de plenos poderes, que son los más preocupantes.

Tras una agresión, el instinto pide eliminar al que hace daño; como venganza y para evitar que se repita. Si el daño se hace en nombre de una idea -represente ésta un proyecto político o una religión-, la reacción inmediata, y la más simple, consiste en pedir el castigo y la desaparición de todos los que se proclaman seguidores de esa idea.

Pero no hay comunidades homogéneas detrás de cada religión, como tampoco detrás de cada proyecto político. A la hora de entender las cosas, las doctrinas siempre generan diferencias entre sus partidarios. También producen diferentes formas de conducta cuando se trata de llevar a cabo su propagación o su defensa. El monolitismo sólo existe en la mente de los fanáticos.

La política democrática puede vencer a la barbarie, pero sólo a condición de que huya de dos graves errores que, desgraciadamente, repetimos con frecuencia: el recurso a la simplificación, para resolver conflictos complejos y la apelación a las identidades excluyentes, para conformar sociedades integradas a la fuerza.

SUGERENCIAS Y COMENTARIOS arabelagarcia01@hotmail.com

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